QUE SE VAYAN TODOS, UNA VOZ QUE RESUENA


Hace unos cuantos años atrás, mientras cursaba el CBC (Ciclo Básico Común) previo a iniciar la carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, me topé con un texto cuyo título era “El imaginario social” de una autora argentina (Socióloga) Esther Díaz.


El texto comenzaba diciendo: 

Producen valores, las apreciaciones, los gustos, los ideales y las conductas de las personas que conforman una cultura. El imaginario es el efecto de una compleja red de relaciones entre discursos y practicas sociales, interactúa con las individualidades. Sé constituye a partir de las coincidencias valorativas de las personas, se manifiesta en lo simbólico a través del lenguaje y en el accionar concreto entre las personas. El imaginario comienza a actuar como tal, tan pronto como adquiere independencia de las voluntades individuales, aunque necesita de ellas para materializarse. Se instala en las distintas instituciones que componen la sociedad, para poder actuar en todas las instancias sociales. El imaginario no suscita uniformidad de conductas, sino más bien señala tendencias. La gente, a partir de la valoración imaginaria colectiva, dispone de parámetros apócales para juzgar y para actuar…”


En su momento me sirvió para analizar, primero la Sociedad Argentina para comprenderla, era un huésped. Quería saber como pensaban los dueños de casa, para interactuar más fácilmente con ellos. 

No me equivoqué, me sirvió para mimetizarme, al punto que me tomaron como si fuera “uno de ellos”, me sirvió para insertarme en la Universidad e interactuar con mis pares. Formé parte de la revista “Lecciones y Ensayos”, revista por la que han pasado los juristas más importantes de la Argentina. Durante tres (3) años compartí con esa pléyade de jóvenes futuros abogados que ayudábamos a construir el imaginario social en los claustros Universitarios. En algún texto, seguramente contaré aquella época de Charlas, de tertulias, de eventos jurídicos.


Posteriormente me sirvió para tratar de comprender a los peruanos en Buenos Aires, sobre todo después de la invasión de más de trecientos mil compatriotas que llegaron de golpe en los años noventa (93 al 96) y coparon la terminal de Ómnibus “Retiro” en Buenos Aires. Los que llegaron, no eran los que anhelaban Juan bautista Alberdi (europeos ricos), por el contrario, en su mayoría era el “peruano tipo” con poca educación: un salvaje, que no sabía respetar las normas del anfitrión. Hay que reconocer que un gran porcentaje, era muy trabajadores y fácilmente lograron insertarse en la sociedad argentina. Muchos llegaron arrastrando sus vicios (Borrachos y habituados a vivir en un total hacinamiento). Con el correr de los años, fueron transformándose, copiaron las costumbres del lugareño. El que no se adaptó, se regresó. Los demás, surgieron.  


“Que se vayan todos” fue una consigna que nació de forma espontánea en Argentina, allá por el 2001 cuando la crisis económica trajo protestas populares, piquetes y cacerolazos. Una consigna que expresaba la crisis de representatividad, exigiendo la renuncia masiva de los gobernantes. Ya no estaba Juan Domingo Perón ni Eva Duarte, su mujer. Llegaron a transformar para mal a la argentina (eso lo descubrirían décadas más tarde); tampoco estaba La Junta militar de Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti, quienes derrocaron a María Estela Martínez de Perón (La segunda mujer de Juan Domingo Perón), Tampoco estaba Carlitos Menem (vendió armas a ecuador).


Lo que vino después, no fue lo mejor para la argentina. Néstor Kirchner cuando llegó al poder “copó” todos los estamentos del estado y lo convirtió en un ente parasitario. Lo que es peor, al ciudadano, al “hombre tipo argentino” lo convirtió en un parásito, que actualmente únicamente espera que el Estado lo mantenga sin trabajar.


Han pasado 20 años y aunque el tango “Volver” diga “...veinte años no es nada…” para mí ha sido una vida. Volví. Mi entrañable Lima, no sé si me esperó ansiosa, pues a pesar del amor que nos profesamos ambos sabemos que ya no somos los mismos.


Que se vayan todos resuena en todas las redes, en todas las paredes de Lima, una ciudad que siempre les dio la espalda a los problemas reales del país. Muchos de sus ciudadanos se han vuelto parásitos o son meros vendedores ambulantes. Cuando camino por las callecitas de Lima me suelo encontrar con esos parásitos, que no producen algo de valor, aunque sea ínfimo, eso sí, se oponen a las protestas, porque en su mundo “esta todo bien”. Quizás sean universos paralelos. 


No me voy a poner a analizar al peruano de Hoy, a ese peruano tipo, a ese peruano que Charles Robert Darwin si estuviera entre nosotros, quizás no le gustaría volver a estudiarlo. Ya lo había visto con malos ojos la última vez, cuando al llegar al puerto del Callao el 19 de julio de 1835 se desencantó. Dijo que el “estado de los asuntos públicos era problemático… (…) No existe Estado en Sudamérica, desde la declaración de la independencia que haya sufrido más anarquía que el Perú..”; dijo además “El puerto del Callao es un pequeño puerto marítimo, mal construido y asqueroso… de atmosfera cargada de malos olores…”; también se refirió respecto de los moradores del puerto considerándolos como un pueblo de borrachos, de apariencia depravada que representaba cada imaginable posibilidad de mezcla racial entre europeos, negros e indios..”


Desde entonces, han transcurrido más de dos siglos y al mirar al peruano tipo, de hoy, da la sensación que no ha cambiado, no ha logrado evolucionar. Bah, sigue siendo igual. El Estado de lo único que se ha ocupado, es de mantenerlo en su estado de naturaleza: salvaje. 


Que se vayan todos. Pero, ¿Quiénes vendrán? ¿Quiénes serán los gobernantes? ¿otros mediocres?


No se equivocó Fernando Savater cuando dijo “El ciudadano no es una plantita que crece a la buena de Dios, al ciudadano hay que crearlo, hay que formarlo… (…) Educar para formar ciudadanos significa también formar gobernantes. Todos los ciudadanos son gobernantes, aunque deleguen en sus representantes ese poder de gobernar…”  


En unas horas, una parte de los ciudadanos peruanos saldrán a las calles pidiendo “Que se vayan todos”, otra parte, se quedará en sus casas, por que hasta ahora no les han tocado los bolsillos o por que aún no les afecta sus magros sueldos que obtienen mensualmente. El Limeño siempre ha vivido en una completa apatía y el hombre tipo está entrando en un estado de anomía. 


Indudablemente, el Perú es un país mediocre tercermundista, con ciudadanos sin educación, cuya única expectativa es tener el pan de cada día. Dudo que surjan un Steve Jobs, un Bill Gates o un Elon Musk. Para hacerlo más local, Dudo que surja un Pedro Paulet, un Pedro Ruiz gallo o un Jorge Basadre. 


En el devenir histórico, vendrán otros y también pedirán “Que se vayan todos” y tampoco lograrán cambios, porque el Perú necesita modificar sus estructuras, no solo las sociales. Cómo pedirles cambios a los gobernantes si están ciegos por su ignorancia y la ambición desmedida por pingues ganancias de la corrupción. 


Que se vayan todos, ¿les habrán exigido lo mismo a los Mochicas, a los Moche, a los Viru, a los Chavín, que un día decidieron marcharse para no volver, para no contaminar a las nuevas civilizaciones o culturas? No lo sé.


Estoy convencido que el “Que se vayan todos” de mañana 19 de julio, no va a cambiar al Perú, un país poblado de gobernantes sordos y mediocres. Sin embargo, esconderse no lo va mejorar, necesitamos levantar nuestra voz de protesta y ahí estaremos.

©Miguel Ángel Villegas



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