NO ES EUROPA.

Cuando era sólo un niño, en esos sábados aburridos de los pueblos del interior del Perú, lugar a donde llegó mi familia para cumplir el ostracismo que le habían impuesto. Cinco (5) años me alejaron de la ciudad, de las callecitas empedradas, de los balconcitos, de la botica Inglesa, de la librería Minerva.

Al regresar a los diez (10) años para estudiar el secundario, ya todos se habían olvidado de mí, ni siquiera las palomas de la iglesia de San Sebastián me reconocieron. Lo que era peor, los  sambos y los negros del jirón Tayacaja se habían avivado y ahora decían que eran los dueños del barrio y me trataban como a un provincianito que recién a dejado su pueblo para descubrir la capital.

!Válgame Dios! Tamaña insolencia de los susodichos.
Les costó caro. (algún día se los contaré).

Decía que el aburrimiento en el pueblo me hizo descubrir unos recortes del diario expreso en el cual narraban con lujo de detalles la Guerra con Chile (1879-1883). Solía coleccionarlos.

La naturaleza o Dios me han prodigado una imaginación florida, con la cual podía crear las historias más increíbles para poder sobrevivir en aquél pueblo olvidado por la divina providencia. Conforme fuí creciendo está se fue acrecentando. No sé, si eso es natural o como John Nash sufría de esquizofrenia.

Alguna vez estuve en el Morro de Arica. En aquella ocasión, por algunos segundos o quizás minutos, me pareció ver al Coronel Francisco Bolognesi alentando a sus hombres en el fragor de la batalla pese a la inferioridad numérica (1,800 soldados peruanos contra 5,300 soldados chilenos); cerca del acantilado, Alfonso Ugarte picaba espuelas a su corcel y enfilaba rumbo hacia el salto a la eternidad.

Hoy, mientras subía el morro en Chorrillos me pareció ver a los soldados peruanos corriendo de trinchera en trinchera, defendiendo sus posiciones. Era el último bastión de defensa antes que el enemigo tome por asalto a mi querida Lima. La batalla fue sangrienta. Es terrible, por que los jóvenes de hoy en el Perú, no saben historia. 

El otoño gris, a las cinco de la tarde trajo una brisa más fría que de costumbre y me llenó de recuerdos de aquellas tardes infantiles en aquél pueblito sobre el valle del río Chillón donde pase una parte de mi infancia. Aquél pueblito donde aprendí a conocer, lo bueno y lo malo del ser humano. A veces he llegado a creer que ese pueblito es el lugar de los experimentos de Dios. Quizás sea mi imaginación.

Siempre disfruto esos paseos imprevistos, me sorprenden, me sacan de mi escritorio donde vivo encerrado como el Conde de Montecristo, no por paredes de piedras, sino, por rejas. Aunque me digan que esas rejas están ahí para mi protección, mis sentidos los perciben como un encierro. Y... que de tanto a tanto me sacan a pasear para que no pierda mi humanidad. Al menos, eso me dice.

A mis carceleros ya les he advertido que un día lograré escaparme y ya no regresaré. Y cuando eso suceda, no habrá forma que puedan hacerme retornar, pues ya estaré en camino hacía donde el destino ya lo decidió hace mucho tiempo. Quizás me encuentre con Aquiles o con Atila. Quizás logre reunirme con Gilgamesh y me quede a descansar en su Zigurat de Ur.

No lo sé.

Basta de ensoñación, al menos por hoy. Mañana será otro día.

©Miguel Ángel Villegas

05/05/2023

Tags

Publicar un comentario

0 Comentarios
* Por favor, no envíe spam aquí. Todos los comentarios son revisados por el Administrador.