En estos últimos tiempos he vuelto a recorrer los
pasillos de la Facultad de Derecho (Universidad de Buenos Aires), hay muchos
recuerdos, muchas historias que me persiguen
mientras me pierdo en mis ensoñaciones. Hoy anduve por el Hall Central,
me quedé algunos segundos observando cada detalle. El cuadro de Quinquela
Martín en el fondo que es como un faro y le da vida al inmenso silencio que
puebla aquél lugar. Hay alumnos que lo recorren de tanto en tanto. Todos van en
silencio sepulcral, como si no quisieran perturbar a los personajes del cuadro
que están trabajando en el puerto de la Boca.
Hoy, no hablaré del cuadro de Quinquela Martín, tampoco
del cuadro que le han agregado al Hall Central. “Es colorinchi”, diría Luchita,
mi abuela. Luego de tomar algunas fotografías para no olvidarme de aquellos
detalles que el tiempo suelen arrancarnos de la mente, giré sobre mí mismo y me
tope con ese “agregado”
No tuve tiempo de analizarlo “in situ”, estaba apurado por llegar a otro lugar
y sólo mientras viajaba en el colectivo me arrepentí de no observarla con
detenimiento. La semana que viene volveré. No me perderé detalles.
La abundancia de colores me llamó la atención. Se metieron
en mis pupilas sin que pueda evitarlo. Mientras salía del edificio de La Facultad
y bajaba las escalinatas rumbo a la parada del colectivo 17, descubrí que Ella,
también es abundante de colores. Ella también me llamó la atención por sus
colores, sin tener tantos colores. La primera vez que la vi, estaba vestida con
una calza negra, una remera (polo) negra y una campera gris. Sin embargo estaba
poblada de colores. Su voz suave se parecía a las sopranos interpretando “Matona
mia cara” de Orlando di Lasso. Su caminar cadencioso estaban en armonía con sus
brazos que se movían al mismo compás rítmico del aleteo de los colibríes. Me deslumbró.
Ni siquiera pude decir “Hola”. Después de algunos segundos, lentamente mi
cuerpo fue recuperando su ecuanimidad, lo pude gobernar. No recuerdo con certeza
de qué hablamos, me perdí en sus ojos, en cada surco de su rostro cuando sonríe.
No se piensen que les voy contar con lujo de
detalles como es Ella. Soy egoísta, hay cosas que me los guardo solo para mí. Podría
decir como Neruda “Es alta como los pinos”, Bella, de finas manos y delgados pies como un
caballito de plata, andando, flor del mundo…”, finalmente terminaría diciendo “…A
nadie se pareces desde que yo la amo…” Me inspira, saca lo mejor de mí.
Tenía ganas de escribir, de descubrirla para mí en
mis textos. Yo también la estoy descubriendo. Todos los días me pregunto “¿cómo
es Ella?” y ella diariamente me sorprende. A veces me imagino que es la reencarnación
de “La Dama de Cao”, no por su antigüedad sino por su sabiduría. Me atrapa, me
envuelve. No puedo evitarlo. Tampoco quiero evitarlo.
“Elige como pareja a alguien mejor que tú. No necesitas
a alguien que te quiera tal y como eres, necesitas a alguien que te ayude a
crecer día a día. El amor verdadero es la admiración. Por eso la pareja que
escojas debería de tener aquellas cualidades que a ti te faltan. Si los dos están
comprometidos con ayudar al otro a crecer asumirán los periodos tormentosos de
toda relación como oportunidades de crecimiento mutuo. Por eso la persona
correcta para ti no es sólo la que te acepta sino la que te hace desarrollar tu
máximo potencial en esta vida”. Así sería la pareja perfecta según Platón.
El tiempo. Solo el tiempo es el juez y verdugo de
los acontecimientos. No me voy a poner a analizar al tiempo. Viviré y disfrutaré
los momentos. Ella es todos mis tiempos. Cuando me mira, colorea todo mi mundo.
Kerriscoso © Miguel Ángel Villegas