El mes de julio siempre me trae recuerdos de infancia, cuando nos preparábamos en la Escuelita para las actividades por Fiestas Patrias. Nunca pude evitar que no me eligieran para recitar algún poema o participar de cualquier otra actividad. Alguna vez me rebelé, hice mi berrinche infantil, pero mi “Seño” rápidamente sofocó esos atisbos de rebelión. No quería que la revolución se expandiera por las mentes del resto de sus alumnos, más cuando siempre tuve la facilidad de palabras, de tramas, de metáforas y sobre todo porque siempre conté con el apoyo de mis padres. Pero, como mi padre quería que sobresaliera, en esas ocasiones solía ponerse del lado de mi “Seño” y terminaba en el Estrado recitando alguna poesía.
No puedo decir que ha sido difícil ser hijo de un padre Militar (Fuerza Aérea del Perú) pues me ha enseñado disciplina y sobre todo un modo de ver al mundo de forma global. A todo ello, el Colegio “Guadalupe” (fundado en 1840) ha fortalecido esa globalidad al enseñarnos que primero está el Perú, y así voy por el mundo observando y cuando corresponde, mostrándolo. Me siento orgulloso de ser peruano, de saber que llevo una mochila con cerca de diez mil años de historia. Que sé y conozco bien parte de esa historia y que aún me falta seguir aprendiendo.
Cuando me llegó una invitación para asistir a un evento en La Biblioteca del Congreso de la Nación, inmediatamente pensé “Es el lugar donde tantas veces me amanecí estudiando”. Hasta hace un par de años atrás, Alsina 1835 era el lugar donde estaba ubicada la Biblioteca del Congreso de la Nación, funcionaba las 24 horas con excepción del domingo que cerraba desde las 10:00 hasta las 20:00 que volvía a abrir. Los estudiantes de Derecho éramos los asistentes asiduos de aquél lugar, teníamos todo: libros, lugar, silencio. Nos conocíamos todos. Había también estudiantes de medicina, de enfermería, de arquitectura. Lo pasábamos bien.
Asistí. Era un homenaje de la Biblioteca del Congreso de la Nación al Perú por la cercanía de su aniversario patrio. Siempre que asisto a cualquier lugar voy con los ojos bien abiertos para observar, pero sobre todo con mi cerebro expectante. Llegué puntual. A la hora indicada, nos hicieron pasar. Comenzó la función. No podía faltar el Cónsul General del Perú. Habló. Aplaudieron y comenzó el show.
Me sorprendí gratamente. La presentación de los pregoneros y sobre todo el haber elegido una partecita de nuestra historia del Perú para aquella oportunidad, despertó en mi cabeza una ebullición de ideas y emociones. Historia de negros y de esclavitud, historia de las barracas en las afueras de Lima.
Las afueras de Lima era todo lo que estaba más allá de lo que conocemos como el “Damero de Pizarro” y las barracas de los negros o conventillos, estaban, unos cruzando la hoy Avenida Tacna y los demás, del otro lado de la vera del rio Rímac. Las calles del centro de Lima, cada cuadra tiene un nombre en particular, independiente del nombre que tenga la calle en toda su extensión, así tenemos por ejemplo: Calle de Barbones, calle Capón, calle Buena Muerte, calle Carrozas, calle Cinco Esquinas, calle Desamparados, calle Caballos, calle Monserrate, calle Moneda, calle Pachacamilla, entre otros. Donde aún puede encontrarse dichas barracas es sobre la Calle Malambo, que vendría a ser la primera cuadra de la avenida Francisco Pizarro en el hoy distrito del Rímac. Y la calle Malambo toma ese nombre porque se sembró arboles “malambo” de origen africano en ambos lados de la mencionada avenida. No quiero convertir este texto en uno de historia, pero tampoco quiero dejar al azahar algunos datos necesarios. Todo esto que narro fue representado por el gran pintor costumbrista “Pancho Fierro”
La profesora Liliana Chávez, “Mi Seño” de marinera acomodó de manera armónica cada una de las escenas, de modo tal que en su conjunto se vio perfecto, pese a que la mayoría eran aprendices en este arte de la danza. Los que asistimos, disfrutamos un espectáculo que nos mantuvo entretenidos durante toda la función. Es lo que siempre quería ver. Ya estaba cansado de asistir a eventos y ver siempre lo mismo, las mismas danzas, los mismos movimientos, nada que saliera de lo común.
Casi al final, un grupo, mejor dicho un trío de música peruana animó el evento. Charlaba con un amigo y le decía “Tiene buena música, pero mala letra”, dicho de otro modo sería “Si sólo sonarán las guitarras y el cajón sería maravilloso, porque la letra de la canciones no acompañaban bien a la música. En su conjunto se pierde. La letra no creaba las imágenes o metáforas necesarias para disfrutar la canción. Tienen que conseguirse un buen letrista. Lo que digo puede comprobarse (debe haber algún video por ahí de los que asistieron y grabaron) cuando cantó “La flor de la canela”, se notó los matices, los silencios y no necesitó gritar. Se escuchó maravilloso.
Ayer, cuando me retiré, en mis pupilas los pregoneros aún estaban haciendo su show, escuchaba a lo lejos a las Tamaleras, escuchaba a la negra impertinente de “Las Lavanderas”. El frio no impidió que viajará en el colectivo tarareando “Cuando llora mi guitarra” que desde hace un tiempo vengo aprendiendo la letra.
Por: Miguel Ángel Villegas
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