EL FRÍO DE LA MAÑANA ME TRAE RECUERDOS

Estaba pensando escribir este texto, enojado. Luego pensé que no iba a ser creativo, mis pasiones me iban a arrastrar por lugares insospechados. Las ideas siempre que llegan lo hacen en abundancia y sólo me queda ordenarlas.
Si comenzaba a escribir enojado, no iba a ser constructivo. Me levanté temprano y salí rumbo al hospital. Mi reloj marcaba las 05:00 am, no quise encender el televisor para saber la temperatura a esa hora de la mañana, solo arrastré mis pies hasta el baño para darme una ducha y despabilarme. Las gotas de agua lograron despertarme. Me vestí, me puse mi abrigo, una bufanda para protegerme el cuello. El día anterior había escuchado que la temperatura llegaría a los 04 grados. Tomé mi bolso, mis llaves, mis documentos y salí. 

 Caminé las tres cuadras hasta la parada del colectivo 7, había pocos transeúntes y la noche todavía estaba sobre el cielo de la ciudad. No hacía tanto frio, al menos sentí menos del que imaginé. Esperé. Minutos más tarde llegó el colectivo, subí. Cuando llegó al hospital Italiano  me bajé. 
En el instante que puse uno de mis pies en la acera me acordé que me había olvidado la carpeta con los resultados de unos análisis y la “orden del médico” para poder obtener un turno de atención. Quise tener una maquina que tuviera la cualidad de retroceder el tiempo, como en los viejos casette’s de audio. Revisé mi bolso por las dudas, con la esperanza de encontrarlo, fue en vano, estaba vacío, sólo estaba el cuaderno que suelo llevar a todos lados por si nace alguna idea y tener donde anotar para que no se pierda.
¿Qué hacer? ¿Regresar a casa? Muchas alternativas no tenía. Del hospital Español al Hospital Ramos Mejía hay tres cuadras. Caminé. Cuando llegué a la puerta del Ramos Mejía me nacieron algunas ideas: Entrar y desayunar en el bar del hospital o dirigirme a casa y en el camino comprar pan y algunos bizcochitos. Por algunos segundos estuve dubitativo, hasta que…

— ¡Café con leche, con Churros calientes!— gritó una muchacha detrás de mí, sacándome del mutis.  
Estaba enojado. ¿En qué momento comenzó mi enojo?, creo que fue en el momento que descubrí que no había traído “la orden médica” para obtener un turno de atención. Tendría que madrugar nuevamente el próximo miércoles. Estaba enojado conmigo mismo. Caminar ayudaría a relajarme. Las veinticinco cuadras hasta casa serían un buen ejercicio de relajación. No quería irme con el estómago vació.

— ¡Hace mucho frio!— dijo la muchacha.
— ¿Frio?— dije a secas. No tenía muchas ganas de conversar.
— ¡Usted viene de adentro por eso no tiene frio!— volvió a decir la muchacha tratando de entablar una conversación.
— ¡Nooo!, vengo caminando tres cuadras.
— Debe ser entonces porque estoy sentada que tengo frio. Si usted se quedara un buen rato aquí vería que hace frio— dijo la muchacha.
— Quizás — respondí a secas nuevamente, casi como queriendo huir.
— Si viene a sacar turno, ya es muy tarde, la gente viene desde las cuatro de la mañana. A esta hora, si tiene suerte va a conseguir. Usted es de hablar poco — insistió la muchacha tratando de charlar.

Olvidándome del turno, le presté atención a la muchacha. Su larga cabellera le caía hasta debajo de sus hombros, en su rostro un lunar hacía juego con el color de sus ojos. Sonreía.
— ¡Por lo visto, a usted es difícil sacarle palabras— dijo la muchacha. 
Sonreí.
—Oh, no lo creas, palabras es lo que me sobran. Sólo estaba pensando que tengo que volver a madrugar el próximo miércoles.— dije.
Le conté los pormenores de mi aparente silencio. Le pedí un café con leche y sus churros correspondientes. Le pedí que le sacara el exceso de azúcar de algunos, lo que hizo diligentemente. 
— ¿Y cómo se llama? — preguntó
— Guillermo. ¿Y vos?

Imagen que ayudó a crear la historia
Luego de charlar algunos minutos, me despedí. El día ya estaba comenzando a clarear y se comenzaban a ver más transeúntes. Tomé la avenida principal y me dirigí a casa. Mientras caminaba me acordé de la fotografía que había tomado semanas atrás a la espera de que viniera la historia y recordé aquellos años de infancia donde el café aún nos estaba prohibido y tomábamos infusiones de yerba luisa, de cedrón, de manzanilla, de muña, entre otras yerbas. Era una época que había muy pocas cosas envasadas. El café, mi abuela solía comprar en su “casero” del mercado “La Aurora” que le preparaba su mezcla especial de dos tipos de café: “caracolillo” y “express”.

Nuestra primera taza de café lo probamos cerca de los trece años, desde entonces nos convertimos en expertos catadores. Luchita, mi abuela, tenía un secreto para que su café le salga delicioso, que nos lo dio con la promesa de mantenerlo únicamente dentro de clan familiar.
Hacía años que no tomaba una “infusión de Muña” y cuando mi hermano menor trajo a casa unos sobres se los arrebaté y estuve a punto de ponerlo en una caja de seguridad. Por suerte dijo que lo había traído para mí, así que no hubo necesidad de armar estrategias defensivas. Desde la primera preparación, el aroma impregnó la casa y no pude evitar que mis sentidos se embriagaran, tampoco pude evitar tomarle una foto a la espera que en algún momento me nazca alguna idea para escribir.   

Esta mañana cuando descubrí que me había olvidado la “orden del médico”, que me había despertado a las cuatro de la madrugada para tratar de conseguir un número de atención en el Ramos Mejía, recordé que muchos me han preguntado “¿Si tienes obra social, porque no te atiendes en la obra social?”, la respuesta ha sido la misma que le di al médico que me atendió y me hizo la misma pregunta: “Los mejores médicos en la argentina están en los hospitales públicos”.  El médico sólo atino a decir “Gracias por la deferencia”.
He pensado que si el hospital le tiene que cobrar a mi obra social, está en todo su derecho, pago mensualmente para obtener una contraprestación médica.  Hoy tenía la expectativa que obtener el turno correspondiente y mostrarle los análisis que me solicitó. 

Al llegar al barrio pase por la panadería y compré pan. Miré mi reloj y este marcaba las 06:25 am. ¿Y el frio? Mi sangre estaba hirviendo. Este miércoles era uno de esos días en los que no tenía certeza de la razón de mi enojo. Se me pasó rápidamente, como siempre. Nunca he podido estar enojado demasiado tiempo, siempre llegan ideas a mi cabeza y me arrastran a otras historias y otras aventuras.
Mis manos y mis pies parecían brasas ardientes, tenía ganas de quitarme los zapatos y regresar caminando a casa, descalzo. Cuando era púber había épocas que me sucedía lo mismo, había noches que para  poder dormir debía poner la palma de mis manos y la planta de mis pies sobre la pared para enfriarlos. A veces tenía la sensación que en cualquier momento me convertiría en el hombre de fuego. Con el tiempo he aprendido a dominarlo y sólo en invierno mis manos y mis pies se encienden. 

Ya en casa,  en un jarro puse agua a hervir, luego me serví una infusión de Muña y me relajé. Las noticias en la televisión estaban contando sobre algunos episodios violentos que han sucedido en esos días. Era raro a esa hora de la mañana estar viendo las noticias. Hace tiempo que no veo noticieros en la mañana, antes los veía para saber la temperatura, pero desde que me descargué una aplicación que cumple la misma función, la televisión por lo general está en algún canal de películas o de música. 

Hace unos años que dejé de mirar los noticieros, aún cuando Malena Rivera me dijera alguna vez “Un hombre como tú siempre debería estar informado”. Por algún tiempo le presté atención, luego cuando descubrí que los noticieros sólo sirven para mostrar las inmundicias y las perversidades humanas, los dejé de mirar. Todo eso ya los veo en mi quehacer diario, ¿para qué más?  En alguna revista o libro, leí que leer  o escuchar historias depresivas al alba, te predispone negativamente por el resto día. Prefiero leer un libro o  algún artículo que me ayude a crecer e incentive mi creatividad. No sé, si eso les servirá a los demás, al menos a mí, me da resultado.  

La semana que viene, el miércoles, debo volver al hospital y obtener el turno. Seré precavido y prepararé con tiempo, la noche anterior mi carpeta con los documentos, las órdenes y los análisis solicitados, no quiero que me diga que faltó algo. Esta noche cuando me duerma quizás vuelva sobre mis pasos para volver a verla. “Es ella”, pensé apenas la descubrí. “Elena, dijo que se llamaba Elena”. Se parece a ella.. La muchacha del café con leche y churros del hospital Ramos Mejía, se parece a ella. El mismo color de cabellos, la misma sonrisa, los mismos gestos y los mismos ojos color café.

© Miguel Ángel Villegas

PD: Cuando escribo no sé realmente quien escribe, ¿Yo… o mis alter egos?. No lo sé. 

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