En la antigüedad el oráculo tenía un papel importante en el la vida de los hombres. Nadie emprendía una campaña o un viaje sin haberlo consultado. A pesar de ello, algunos hombres han querido burlarlo, lo han intentado, sin embargo, el oráculo los ha encontrado y les ha dado el castigo o los ha obligado al ostracismo voluntario.
Hoy, el oráculo ha quedado en desuso, pero no ha desaparecido, simplemente le hemos dado un nombre diferente: Destino.
Por estos días, se marchó a la eternidad un GRAN HOMBRE, UN GRAN PERUANO. Sí, así, con letras mayúsculas, para que lo conozcan, para que no lo olviden. Si lo miro bien, quizás su historia se parezca a muchas otras historias de los peruanos que llegaron a la Ciudad de Buenos Aires en la década del ’50 cuando el General Perón abrió las Universidades argentinas para todos los hermanos latinoamericanos. Sé, que si no lo escribo, no lo van a descubrir, no lo van a conocer, así que seré lo más simple posible.
ROSENDO GUERRERO, un joven peruano que en la década del ’50 tenía muchos sueños. Era del norte, una de la zonas pobre del Perú. Cajamarca es un departamento al norte del Perú cuya riqueza natural es abundante, pero que los políticos y las empresas transnacionales lo han expoliado. Con sus dieciocho años a cuestas, luego de no haber podido ingresar a la Universidad miró otros horizontes fuera del país. Quería ser matemático. ¿Dónde estaban las mejores universidades? Europa, Inglaterra, Alemania y España la lideraban.
Sus padres a duras penas aceptaron que su hijo se fuera a miles de kilómetros, al otro lado del Océano Atlántico. No eran ricos, costó reunir el dinero para la empresa. Fue cuando el Destino metió su cuchará en esta historia del futuro matemático. Rosendo tenía dos primos que estudiaban medicina en el sur del continente, se habían ido hacía un par de años atrás.
— Quiero ir a la Argentina para despedirme de mis primos, porque después me va a ser difícil verlos cuando ya esté estudiando— le dijo a sus padres. Entendieron.
Tomó el primer micro que salía a la argentina y luego de cruzar todo el desierto del sur peruano y atravesar Chile, por fin llegó a Buenos Aires. Tres meses. Se quedaría tres meses despidiéndose de sus primos antes de su viaje a Europa. A diferencia de algunas colectividades latinoamericanas que venían a Buenos Aires, los peruanos siempre han sido muy sociables y nunca han constituido guetos, por el contrario, interactuaban con el local. Esta fluidez y sociabilidad permitió que el primer sábado, sus primos lo llevaran a las Boliches (discotecas) a disfrutar alguna velada tanguera o milonguera. Sus primos les presentaron a sus amigos argentinos. Conversación va, conversación viene, nació la pregunta.
— ¿Y vos, que vas a estudiar?— dijo uno de los argentos.
— Matemática. Me voy a Europa a estudiar matemática— Respondió Rosendo. Les contó que había venido a despedirse de sus primos.
— ¿Europa?— dijo uno de ellos—, ¿por que no estudias acá en la Universidad de Buenos Aires?
— ¡Ah, las mejores universidades de matemática están en Europa—respondió Rosendo.
Los argentinos se rieron.
—¡Che, no seas boludo! ¡Los profesores de esas universidades son argentinos, pasan seis meses en Europa y seis meses enseñan acá!
— ¿En serió?— dijo Rosendo.
Charlaron toda la noche y luego de intercambiar los nombres de esos famosos profesores matemáticos, que eran argentinos y estaban cerca de la palma de su mano. Rosendo lo meditó. El destino lo encontró. Se quedó, ya no cruzó el Atlántico, al menos en esa oportunidad. Ha sido matemático, ha sido profesor de matemática y estadística en la facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.
Años más tarde, su espíritu aventurero lo llevó a presentarse como investigador en una Universidad Inglesa. Se preparó, mejoró su inglés. Viajó.
Mientras cruzaba el Atlántico “Seguro me recibirá el tercer o segundo secretario o si tengo suerte el secretario principal de la Cátedra. Que le van a dar importancia a un latinoamericano”, pensó. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que lo estaba esperando el Titular de Cátedra. Se presentaron, charlaron algunas cosas triviales. Le preguntó los motivos de su postulación. Rosendo supo defenderlo y por algunos momentos estuvo seguro que lo tomarían como investigador hasta que llegó la pregunta que cayó sobre él, como si fuera la espada de Damocles.
— ¿Y sus escritos?—dijo el titular de Cátedra.
Rosendo Se tomó su tiempo para pensar, pero lo traicionó su cerebro Latinoamericano.
—Verá usted, en Latinoamérica es bastante oneroso y difícil realizar publicaciones, no hay ayuda del Estado y muy poca de las Instituciones o de las empresas, así que no tengo ningún libro publicado— respondió tímidamente.
— No, no, no. Hablo de sus apuntes. Debe tener muchos apuntes, usted me acaba de decir que es profesor en una universidad. ¿Sus notas y apuntes, dónde están?
—Bueno, esos, no los he guardado, los he tirado a la basura—dijo casi susurrando.
En ese instante, Rosendo vio como el rostro ameno y afable del Titular de Cátedra se fue transformando hasta convertirse en una especie de masa amorfa. De pronto, unos puños se estrellaron contra el escritorio.
— ¿Será posible? ¿Cómo puede tirar a la basura sus razonamientos, sus apuntes, sus notas, sus cavilaciones? ¿Usted no sabe que aquellas ideas inconclusas hoy, mañana se pueden resolver? Ustedes los latinoamericanos son vagos no escriben, todo lo quieren fácil o lo tiran a la basura—dijo casi gritando el Titular de Cátedra.
En ese momento Rosendo supo que no lo tomarían como investigador.
Cuando conocí a Rosendo Guerrero hace un par de años atrás, descubrí a un hombre bastante tímido por naturaleza, pero con una sabiduría que podría hacer temblar a los oráculos atenienses o griegos. Incluso, creo el gran oráculo de Chavín se partiría en dos y la Estela de Raimondi se rasgaría de extremo a extremo. Con el tiempo me fui ganando su amistad y su respeto. Hemos tenido grandes conversaciones sobre matemáticas, filosóficas y físicas. También de la cotidianeidad y sobre todo sobre el Perú. A veces tomábamos un tema y lo pasábamos por tamiz de la matemática y el derecho. Han sido momentos memorables que están grabados a fuego en mis pupilas.
—Dr. Usted tiene pasta para escribir, no deje de escribir. Escriba lo que sea, pero escriba. Pero a usted le sale natural, siga escribiendo. Y no se olvide de publicar. Hoy es más fácil— han sido algunos de sus consejos.
Estaba preparando un libro de pedagogía para que lo aplique su sobrina que es maestra en Perú en su tierra Natal (Cajamarca), ha quedado inconcluso.
En nuestras tardes de tertulias hemos charlado sobre “Lo absoluto”, nos ha explicado que lo infinito en realidad no existe y que tampoco existe lo absoluto. No importa si lo miramos desde la ciencia o desde la mirada de Dios. Hemos hablado de la física cuántica y de la Masa Oscura, una de las explicaciones por las cuales los planetas no salen disparados, independientemente de las fuerzas habituales que conocemos (Centrípeta y centrifuga).
A veces creo que estoy llegando un poco retrasado o ¿acaso será el destino que está queriendo hacerme alguna jugarreta? No lo sé.
Cuando miro a mí alrededor, descubro que soy un hombre afortunado. Estoy rodeado de grandes maestros. Muchos no los ven ¿Estarán ciegos? Quizás. Aunque a veces pienso que muchos hombres no hemos vuelto egocentristas (una exageración del ego, que es lo natural y sano) y muchas mujeres quieren parecerse al hombre y algunas, ya casi se comportan como machos y hasta son competitivos como los hombres (algo natural en nosotros). Estamos yendo en contra de nuestro “Cerebro de Réptil” que debe tener unos cien millones de años. Fíjense que ni siquiera llegan al Límbico y menos al Neocórtex. ¿Todos?, No.
Rosendo Guerrero se ha marchado a la eternidad, quizás ustedes los que lean este texto no tengan la menor idea de quién es. Ha vivido entre nosotros, ¿no lo hemos visto o no lo hemos querido ver?. No lo sé. Puedo dar fe que ha sido un gran hombre, pero sobre todo ha sido un buen hombre. El periódico de ayer, ni el de hoy, hablará de él. Quizás soy su único vocero y en cierta medida a través de este texto lo conozcan un poquito, lo suficiente como para que su nombre no se pierda en un agujero negro, sino que esté ahí, entre lo infinito y lo absoluto..
Me voy a quedar con uno de sus consejos y se los hago extensivo a ustedes: “Escriban, lo que sea, pero escriban, que el mundo necesita de más escritores comprometidos, el mundo necesita otras voces”
©Miguel Ángel Villegas