Todas las personas sueñan con encontrar al amor de su vida, de encontrar a esa persona que lo estabilice, que sea su balance perfecto, que sea su meridiano de Greenwich, su punto cero. No todos lo consiguen, pero todos lo persiguen a lo largo de sus vidas.
Guillermo Ventura a pesar de no ser un hombre común, también soñó con encontrarla y cuando la encontró, no la reconoció. La vida lo había golpeado tanto que las cicatrices de su cuerpo eran meras figuras que adornaban su personalidad.
La buscó en las autopistas, la buscó en todas las estaciones de tren pensando quizás que ella era viajera. No la encontró. La buscó en todas las iglesias pensando que era religiosa como él. No la encontró.
Cuando estuvo a punto de darse por vencido, una mañana cualquiera del mes de diciembre, por esas cosas del destino, la descubrió de pura casualidad a pocas cuadras de una estación de tren a las afueras de la ciudad. Aquella mañana, mientras llamaba a la puerta de una clienta con quien previamente había acordado visitarla para mostrarle el portfolio de sus trabajos. Toco el timbre y esperó. No salió nadie. Volvió a tocar a tocar el timbre. Nadie salió. Insistió con el timbre. Nadie salió. Guillermo ventura, un hombre de pocas pulgas, esa situación lo molestó. La noche anterior había llamado para confirmar su visita. “Lo esperamos a las once de la mañana”, le dijeron. Estaba enojado. Ensimismado en sus pensamientos, casi furioso, volvió a tocar el timbre por última vez. Nadie salió. En ese instante la puerta vecina se abrió lentamente y apareció ella: “La muchacha de los ojos color café”. Guillermo Ventura, la miró, en ese instante todo lo que había en su mente desapareció. Su enojo se difuminó. Sin olvidar su caballerosidad, sonrió.
— ¡Buenos días!— le dijo.
— ¡Buenos días!— le respondió ella devolviéndole la sonrisa.
Ella avanzó. No tuvo necesidad de tocarlo, su perfume se coló lentamente por cada uno de sus folículos nasales. No era Chanel N° 5, No era Carolina Herrera, era simplemente ella, su perfume natural, su perfume de mujer, su frescura. Cuando Guillermo Ventura quiso reaccionar, sus aromas, ya se habían instalado en sus neuronas. No le importó. Ella caminó los treinta metros hasta la esquina. Él, no pudo evitar mirarla. Su garbo, su elasticidad, su elegancia, nunca supo que fue lo que más le atrajo de ella. Se movía pausadamente que parecía como si estuviera flotando en el aire. Justo antes de perderse en la esquina, ella giro su rostro y le sonrió. Sonrieron ambos.
Días más tarde, cuando volvió a la iglesia para sus oraciones domingueras, “Si ella es para mí, no quiero esperar mil años para amarnos y, si no lo es, házmelo saber sin tanto prolegómeno”, le había dicho a San Expedito, el patrón de las causas justas y urgentes.
Cuando Guillermo Ventura encontró a María Elena Machado no la reconoció, pensó que era una más de todas aquellas que habían pasado por su vida, dejándole el mismo vacío que Malena Rivera, la que le gritó “pelotudo, no servís para nada” aquella noche lluviosa cuando se marchó con su amante de turno. Siempre pensó que San Expedito lo había castigado por su falta de fe. Dos años. Fueron dos largos años los que pasaron para que Guillermo Ventura y María Elena, la muchacha de los ojos color café, finalmente estuvieran juntos.
Todos estamos buscando con quien compartir nuestros pensamientos, con quien compartir nuestros momentos. Todos buscamos con quien compartir nuestras noches, con quien compartir nuestra cama. Todos ansiamos encontrar esa mano que nos sostenga…. (CONTINUARÁ..!!!