UNA NOCHE MÁS

El mes de diciembre suele ser por lo general, caluroso. A veces, lluvioso. La mayoría suele encomendar a sus “Santos”, que la noche de Navidad y de Año Nuevo, no sea caluroso y menos húmedo. Ah, tampoco lluvioso.
Aquella noche del 31 de diciembre Guillermo Ventura eso era lo que menos le preocupaba. En su cabeza sólo había un pensamiento: Que Malena Rivera no cambiara de idea a último momento (algo que ya estaba acostumbrándose) y dejara sin efecto la invitación para pasar el año nuevo juntos.

Antecedentes era lo que menos faltaba.
La primera vez, Malena Rivera lo invitó a un almuerzo donde conocería a una parte de su familia.  De improviso, una de sus quince hermanas se enfermó de colitis, la tuvieron que llevar al hospital regional y le tuvieron que operan de “no sé qué”. ¿Justo ese día?, pensó días después. Nunca pudo comprobar la veracidad de la historia, jamás llegó a conocer a la hermana de la emergencia médica.
La segunda vez, fue para el cumpleaños de otra de sus hermanas. Seis horas antes de la reunión en la casa de su padre le mandó un mensaje informándole que su hermanita menor se había fugado con el noviecito de turno dejando en la nada todo lo que habían organizado para celebrar sus quince años. Su padre estaba que trinaba de furia y su madre un paño de lagrimas.
La tercera vez fue para el aniversario de los treinta años de casados de los padres de ella. Guillermo Ventura, hasta se habia comprado un traje nuevo para la ocasión por que el que tenía ya estaba demasiado gastado y no quería dar una mala impresión. “No todos los días se conoce a la familia y sobre todo, no todos los dias se conoce a los padres de la mujer con quien quiero construir un destino común”, pensaba mientras se lo probaba en la sastrería de la calle Bolívar.  En esa ocasión, su teléfono sonó a las cuatro de la mañana. Contestó. Malena Rivera, con una vocecita de esas de niños cantando villancicos le dijo, “Querido te llamo para avisarte que se suspendió la celebración de mis padres. El río se ha salido de su cauce por la fuerte tormenta y ha inundado el pueblo. Se suspende hasta nuevo aviso”
“Que raro, por acá no llovió. Hace diez años que vivimos en sequía”, pensó Guillermo Ventura pero no se lo dijo. Solo atino a contestar “Esta bien, no hay problema, ya habrá muchas oportunidades”.
Aquella mañana del 31 de diciembre se levantó temprano, se afeitó, se duchó y desayunó liviano.Estaba contento, no había sucedido ningún imprevisto. A media tarde, almorzó también algo que no le cayera pesado para poder disfrutar la cena. Como a las cinco de la tarde salió de su casa para viajar tranquilo, sin apuros. No quería que sucediera ningún tipo de percances. Como habían acordado que debía llegar entre las 21:00 a 21:30, miró su reloj y este marcaba las 20:00
“Muy temprano”, pensó. Se bajó una Estación anterior para hacer “hora” en algún café. Todos estaban cerrados. No teniendo alternativas se puso a vagabundear por las calles, camino diez cuadras por la avenida principal, luego regreso y se dirigió a la plazoleta. No encontró a nadie en la calle, estaban vacías. De tanto en tanto circulaba algún que otro auto particular.
“En cualquier momento me pueden asaltar”, pensó y regresó a la Estación. Esperó. Veinte minutos más tarde llegó la siguiente formación. Mientras esperaba entró un mensaje. Guillermo Ventura apenas sintió vibrar su teléfono un escalofrío le corrió por su cuerpo y supo que era de Malena Rivera. No se equivocó. “Vení pasadas las 21:30”, decia el mensaje.
“Que carajo voy a hacer durante treinta minutos”, pensó Guillermo Ventura resignado a “hacer tiempo” para no llegar antes de la nueva hora que le marcaron a último momento. Llegó el tren. Cinco minutos le llevó recorrer las diez cuadras hasta la próxima Estación. Aún le quedaban por gastar unos treinta y cinco minutos.
Buscó un quiosco donde comprar cigarrillos. La ansiedad solía arrastrarlo a un vicio que ya lo había dejado atrás, pero que, de tanto en tanto lo atrapaba. Todos los quioscos estaban cerrados. El único negocio que estaba abierto, era un supermercado Chino, ubicado frente a la Estación San Fernando. Gastó diez minutos comprando algunos chicles, chocolates y un agua mineral. Gastó otros cinco, parado en la puerta del supermercado. No teniendo como gastar comenzó a caminar rumbo a la casa de Malena Rivera. Esperaba gastar unos treinta minutos en las veinte cuadras. Quizas los nervios o el temor al lugar, hicieron que solo gastara diez minutos.
Cuando finalmente llegó a la casa de Malena Rivera su reloj marcaba las 21:20. No quería molestarla, así que le mandó un mensaje en términos casi suplicantes: “No lo tomes a mal, traté de llegar más tarde. No pude evitar venir rápido pegado a las paredes. Termina de vestirte tranquila, Yo te espero acá afuera”.
¿Queee? ¿Me estas cargando? ¿Quieres que los vecinos comiencen con sus habladurías?, contestó ella.
Guillermo Ventura trató de calmarla de todos las formas posibles. No lo logró. A duras penas logró decir “Me voy al parque para hacer hora”.
“Está bien. Pero no vengas hasta que Yo te llame. !Entendiste!”, escribió ella. No respondió, temió decir algo incorrecto.
Camino las cinco cuadras hasta el parque. Estaba vacío. Hasta las sombras se habían ido a celebrar el año nuevo. Esperó veinte minutos, nada. Esperó treinta minutos, nada.
De pronto se oscureció aún más y comenzó a llover. Al principio algunas gotas espaciadas, luego una lluvia torrencial. Agarró su mochila y corrió a guarecerse bajo un árbol cuyo tronco grueso y hueco le brindó una cueva improvisada. Se acurrucó y dejó que la lluvia siguiera cayendo. Media hora despues, paro de llover. Dos horas después llegó otro mensaje a su teléfono. “Lo siento querido, llegaron unos amigos y me olvidé de avisarte. Ya podés venir”.
Se sintió humillado. Tuvo deseos de irse a su casa. Sin embargo hubo algo que impidió que se fuera. Él, la quería a pesar de todo. En ese instante no supo que tenía un amor enfermizo por Malena Rivera. Todo empapado, se cargó la mochila a la espalda y se puso en camino. Las cinco cuadras que separaban el parque de la casa de ella, los recorrió más rápido que Carl Lewis. Toco el timbre, le abrieron. Cuando finalmente vió a Malena Rivera, ella estaba en él centro de una ronda de sus amigos bailando sensualmente. Apenas lo vió, “querido, tanto te demoraste”, le dijo.
No contestó. Sonrió, se acercó, la beso. Al dia siguiente no recordó cuánto alcohol bebió. Tampoco recordó pudo recordar cómo terminó en la cama donde despertó. Temió haber dicho algo fuera de lugar. Su alter ego solía aflorar con cada gota de alcohol que ingresa a su torrente sanguíneo. Su alter ego es brutal en sus apreciaciones. No tiene pelos en la lengua. Él no lo supo, pero aquella noche su cerebro comenzó a olvidar a Malena Rivera, hasta la noche definitiva donde terminarían separándose cuando huyó de la casa en la que vivían, tirándole el lapidario “Pelotudo, no servís para nada”.