¡¡¡¡¡¡TE VOY A MATRICULAR!!!!

Por: Guillermo Ventura.
                  Hace unos días charlaba con un amigo sobre la importancia de inculcarles el valor de la lectura a los más pequeños, por que el “leer” es la interacción entre el lector y el texto, proceso mediante el cual el primero intenta satisfacer los objetivos que guían su lectura. Y es que el significado que un escrito tiene para el lector no es una traducción o replica del significado que el autor quiso imprimirle, sino una construcción que implica al texto, a los conocimientos previos del lector que lo aborda y a los objetivos con que se enfrenta a aquél.

              En medio de esa charla, recordé que entre mis primeros textos de lectura estuvieron mi libro “Coquito” (texto obligatorio en las escuelas primarias), tenía por entonces 5 años y comenzaba el primario, era un libro de color azul y era el libro más hermoso que me habían regalado. Con ese libro aprendí a leer de corrido (con la ayuda de Marcela, mi madre) y a escribir mis primeros textos, tenia dibujos muy divertidos y muy bonitos, así como historias fascinantes, como la de los héroes y próceres del perú: la de Jorge Chavez Dartnell, nacido en parís el 3 de junio de 1887, quien logra fama mundial al lograr cruzar los Alpes desde Suiza (Briga) hasta Italia (Domossola) donde un fuerte viento rompió las alas de su frágil monoplano y cayó en picada de 20 mts. de altura. Mortalmente herido, murió en el hospital “San Biagio” (Domossola). El Aeropuerto Internacional de Lima, lleva el nombre de este pionero de la Aviación peruana. La de Miguel Grau, nacido en Piura el 27 de agosto de 1834, quien durante la guerra del Pacifico (Peru-Chile) tuvo una destacada labor al mando de su viejo Monitor “Huascar” con quién durante más de 8 meses puso en jaque a toda la armada Chilena, quienes no pudieron movilizar ni tropas ni pertrechos militares por mar, asimismo mantuvo en jaque a sus 6 nuevos monitores adquiridos para esa guerra y que finalmente emboscaron en Angamos el 8 de octubre de 1879 (el viejo “Monitor Huascar” se encuentra actualmente en el puerto de Valparaiso - Chile lugar a donde llevaron los de la estrella solitaria como trofeo de guerra). También narraba la historia de Daniel Alcides Carrión, nacido en Pasco el 13 agosto de 1857, considerado mártir de la medicina Peruana por su sacrificio al inocularse la bacteria “Bartonella Baciliformis” y encontrar la enfermedad de Carrión o “La Verruga Peruana”. Hacia 1870 entre los trabajadores que construían el Ferrocarril Central se había propagado una enfermedad denominada “Fiebre de Oroya”, zona de trabajo que coincidía con la zona endémica de la “Verruga Peruana” , las causas de esta enfermedad no eran bien conocidas y se atribuían a la intoxicación por ciertas aguas o a las condiciones palúdicas de las quebradas. El 27 de agosto de 1885, en el hospital “Dos de Mayo”, Carrión quiso hacerse asimismo la inoculación asistido por el Dr. Evaristo M. Chavez con cuatro lancetazos, utilizando la secreción de la verruga de una paciente de 14 años. No ignoraba Carrión que no había terapia eficiente si adquiriese el mal. Durante los días que duró el experimento, hasta que la agonía se acentuó, dio cuenta de los síntomas que padecía y describió la enfermedad que desarrollo a las 3 semanas de realizada la inoculación. Mediante su sacrificio demostró que la “fiebre de la Oroya” y la “Verruga Peruana” eran dos faces de la misma enfermedad, es decir que ambas reconocían el mismo origen y que la inoculación de ésta podía producir la fase aguda de la enfermedad. Murió 40 días después de la inoculación, su ultimas palabras fueron: “Aún no he muerto... amigos míos; ahora les toca a ustedes terminar la obra comenzada, siguiendo el camino que les he trazado...”

Mi libro “Coquito”, también traía los cuentos “El Caballero Carmelo” de Abraham Valdelomar; “Hueso y Pellejo” de Ciro Alegria y por supuesto los versos de Nicomedes Santa Cruz, cuyo poema “La Escuelita” decía así:
A cocachos aprendí
mi labor de colegial
en el Colegio Fiscal
del barrio donde nací.
I
Tener primaria completa
era raro en mi niñez
(nos sentábamos de a tres
en una sola carpeta).
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron “mano´e fierro”,
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.
II
Juguetón de nacimiento,
por dedicarme al recreo
sacaba Diez en Aseo
y Once en Aprovechamiento.
De la Conducta ni cuento
pues, para colmo de mal
era mi voz general
“¡chócala pa la salida!”
dejando a veces perdida
mi labor de colegial.
III
¡Campeón en lingo y bolero!
¡Rey del trompo con huaraca!
¡Mago haciéndome “la vaca”
y en bolitas, el primero...!
En Aritmética, Cero.
En Geografía, igual.
Doce en examen oral,
Trece en examen escrito.
Si no me “soplan” repito
en el Colegio Fiscal.
IV
Con esa nota mezquina
terminé mi Quinto al tranco,
tiré el guardapolvo blanco
(de costalitos de harina).
Y hoy, parado en una esquina
lloro el tiempo que perdí:
los otros niños de allí
alcanzaron nombre egregio.
Yo no aproveché el Colegio
del barrio donde nací...

(En el Perú se denomina “Cocacho” al golpe de nudillos de los dedos aplicado en la cabeza de algún contrincante o alumno, Coscorrón. Asimismo, las notas escolares son de 0 a 20, de tal forma que 10 es nota desaprobatoria y se anota en la libreta con lapicera de color rojo. El 11 es la nota mínima aprobatoria.)
Poema que los alumnos aprendíamos de memoria y solíamos recitar en ocasiones como “El día del Maestro” o las fiestas Patrias.

“Yayo”, mi padre a sido también uno de los artífices que incentivaron en mi la lectura. Cada vez que viajaba a Lima, regresaba con 10 o 12 libritos de “Coboyadas” como llamábamos los más pequeños a las historias de las editoriales “Bisonte”, “Oveja Negra”, “Buffalo” entre otras, y como en el pueblo (a donde nos mudamos cuando yo tenia casi 5 años) no había biblioteca, mi padre me enviaba donde sus amigos para canjearlos por otros, pues ellos también en cada viaje regresaban con su remesa respectiva de libros.

Aunque las historias que se narraban en esas “Coboyadas” en nada se parecían a la realidad que vivíamos, igualmente yo me imaginaba que era uno de esos valientes pistoleros que iban al rescate de las damiselas en peligro o del pueblo cautivo por algún dictadorcillo de turno. Por supuesto que a mi fecunda imaginación se sumaba las historias que me habían contado de mi bisabuelo “Ambrosio” a quien llamaban “Don Ambrosio”, pero que yo no tuve la suerte de conocerlo y que quizá lo conocí mejor a través de los otros. Según las palabras de los que lo conocieron, durante las décadas del 30, 40 y 50 en una extensa región de la provincia de Lima, su palabra era casi “La Ley”. En una ocasión conocí en uno de los tantos pueblos que abundan en esa región a una anciana quien me narró que cuando ella debía tener entre 35 a 40 años, su pueblo había tenido enfrentamientos con un pueblo vecino por la delimitación de sus límites fronterizos,  ya habían víctimas y las autoridades de su pueblo viendo que no había forma de dialogo con sus vecinos, fueron a buscar a “Don Ambrosio” quien vivía a unos 80 kilómetros. Le llevaron ovejas, bueyes, mantas y algunos sacos de papa, olluco y oca; de los cuales, según me contó la anciana, mi bisabuelo no acepto ninguno de los obsequios y pese al descontento de su hermano mayor que no quería que vaya al lugar de conflicto, él fue. Demás esta decir que el altercado se solucionó sin un solo tiro conjuntamente con la delimitación de los límites fronterizos, los que han quedado de esa forma hasta el día de hoy.

Durante los años que siguieron y Yo continúe mi visita por muchos de esos pueblos, apenas descubrían mi apellido era tratado casi como un “Rey”, gracias al respeto que le guardaban a “Don Ambrosio”
Tenía 11 años cuando me fui a Lima a vivir con Luchita, mi abuela. Comenzaba el primer año de secundaria y era la primera vez que me separaba por largo tiempo de mi madre. Sin embargo mi adaptación fue rápida, gracias a la ayuda de Luchita quién produciría un quiebre en la concepción de todo lo que hasta ese momento conocía y sobre todo leía. Un sábado después de desayunar, me preguntó si tenía tareas para hacer, como le respondí que ya los había terminado, se levantó de la mesa y se internó en su dormitorio, segundos después regresó con un inmenso libro que debía pesar unos 5 kilos (al menos eso me pareció), cuando me lo entregó, leí en la tapa el siguiente titulo: “EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA”, venia con tapa dura y en su interior aparte de la historia de ese “Don Quijote” al final de cada capitulo traía una lamina con dibujos fantasmagóricos que hacia que mi imaginación volara de manera desbocada. Demás, no está decir que “Luchita” me alcanzó otros textos, como su colección de revistas “Selecciones”, sus libros de Biología, de lengua, de Naturales, de la época en la ella había sido Maestra de Escuela primaria. Al cabo de algunos años, ya tenia una colección de carnets de las bibliotecas barriales, y de la biblioteca nacional.
              Al mudarme a Buenos Aires, para estudiar la carrera Universitaria, los libros eran algo con la que ya estaba habituado y buscar en los ficheros de las bibliotecas eran como buscar pan en la alacena de “Luchita”, mi abuela.
               Cuando conocí a David, el hijo de mi novia, tenía casi 8 años y supongo que como cualquier menor cuyos padres están separados, Yo, era una amenaza a sus intereses, alguien que estaba apropiándose de territorios que él debía suponer que eran de su exclusiva propiedad.
Una tarde mientras charlaba con su madre, sobre el grado a que iría el año que comenzaba y cosas así, le pregunté.
—¿Y cuando lo vas a matricular?
David, que se hallaba a pocos metros de nosotros sentado en la cama entreteniéndose con alguno de sus juegos, soltó de golpe lo que tenia en sus manos y con la boca abierta y sus ojos casi saliéndose de sus órbitas se me quedó mirando.
Al contemplarlo deduje que había algo que él estaba interpretando mal y antes que su madre me respondiera.
—¿Sabes que es matricular?— le pregunte a David.
—¡No!— me respondió.
—Bueno, saca el “Mataburro” y busca el significado— le dije.
(Para entonces, ya le había contado que en el Perú las abuelas solían llamar “Mataburro” a los diccionarios)
David se levantó de la cama y tomó su “Mataburro” y comenzó a buscar, mientras tanto yo proseguí mi charla con Mabel, su madre.
De pronto.
—¿ESTO SIGNIFICA?— Gritó contento y con otra expresión en su rostro.
—No sé que significa— le dije— por que no lees así aprendemos.
Él no se hizo de rogar y comenzó a leer:
Matricular: registrar o inscribir el nombre de uno en una matricula. Inscribir las embarcaciones mercantes nacionales en el registro propio del distrito marítimo a que pertenecen.
 —¿Y que pensabas que significaba Matricular?— le pregunté.
—!MATAR!— me respondió.
Desde entonces, a aprendido muchas cosas, a ganado un concurso literario para niños, a crecido en tamaño así como nuestro afecto mutuo.
Hace poco me sorprendió:
—Mira Guillermo— dijo mostrándome un libro—, hoy, me fui a la biblioteca del colegio y pedí prestado este cuento.
Otro día, me dijo que discutió con su señorita quién le había puesto menos nota que un compañero de aula. Él le había objetado que su lectura había sido hecha respetando las comas y puntos; que en cada una de ellas había hecho la pausa respectiva, algo que su compañero no había realizado.
Ahora, cuando no quiere estudiar, le digo a su madre.
—¿Por qué no lo matriculas?
Él, simplemente sonríe, seguro de lo que es “Matricular”, por que cada día esta “matriculando” su ignorancia y se va convirtiendo en un ciudadano a quien los políticos no lo convencerán con una cajita llena de una bolsa de arroz, fideos y un tetrabrick con vino a cambio de que le regale su voto o que vaya como oveja a las plazas para apoyar a politiqueros corruptos y mediocres. 

No estamos tan mal, pero podríamos estar mejor... si quisiéramos. (Proverbio propio).
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