En mi adolescencia, cuando comencé a escribir mis primeros textos, la mayoría me veía un poco raro. No era habitual que un chico de ocho o nueve años escribiera poemas, sobre todo en un pueblito a las afueras de la ciudad de Lima. Lo más común, al menos para la sociedad, los poetas e intelectuales, sólo podían habitar en Lima, principalmente en los barrios tradicionales de San Isidro, Miraflores y principalmente Barranco, el barrio más cultural de Lima.
A lo largo de mi vida, he conocido muchas mujeres (no tanto como quisiera o me hubiera gustado), unas compartieron sus vidas conmigo, por periodo cortos, y otras lo hicieron por largos periodos. Todas, siempre lograron despertar mi lado más poético. Aún conservo mis primeros “poemitas” de mi pubertad y adolescencia. Bueno, los guarda mi madre. Las chicas de entonces amaban esa peculiaridad de mi parte. Además, siempre tuve la habilidad de dibujar. Escribir y dibujar, eran un combo perfecto para conquistar chicas. No recuerdo cuantos poemas escribí en aquellos años, ni cuantos dibujos garabateé, menos recuerdo a quienes se los regalé. No porque las haya olvidado, sino porque, creo, que un caballero “No tiene memoria”, eso suelen decir, no?. En esto, tengo memoria muy frágil. Eso sí, la mayoría de mis poemas tienen nombre y apellido. Me esforcé más cuando mi profesor de taller literario, quien veía que tenía potencial me escribió un email que decía “Miguel Ángel, en el mundo debe de haber miles de mujeres a quienes nadie les ha regalado un poema. Qué te cuesta ponerte a escribir y darles el gusto”. Le hice caso.
Cuando pienso en ellas, sé que cada una ha sido una luz en mi vida, han iluminado mis senderos mientras estuvieron conmigo. Supongo que Yo debo haber hecho lo mismo por ellas, aunque de esto último, no estoy muy seguro. Creo que ellas me han brindado más de lo que yo les he podido brindar.
Mientras escribo este texto de mi computadora salen las melodías de LONG AS I CAN SEE THE LIGHT de Creedence, que se traduce “Mientras pueda ver la luz”. (Abajo de todo, el vídeo). Suena de modo interminable. Me inspira. Me transporta a las distintas etapas de mi vida.
No me voy a poner a hablar de cada una de las mujeres en mi vida. No tendría sentido. A estas alturas, no sé, si realmente Yo (Miguel Ángel Villegas) está escribiendo. No sé, si soy Yo quien está dirigiendo los hilos de este texto o en su defecto, lo están haciendo o están manipulando alguno de mis alter egos (Guillermo Ventura, Elmis Bualá o Don Berardo Castañeda).
Decía que no me voy a poner a hablar de cada una de las mujeres de mi vida, eso quizás lo haga cuando escriba “Mis Memorias”, pero para eso falta mucho tiempo y tengo demasiada vida para vivir por delante. Hoy daré sólo un atisbo de ella. Las que no la conocen (son más mujeres, las curiosas), suelen preguntarme “¿Cómo es ella? ¿Cuándo la vamos a conocer?¿Cuándo la traes para conocerla?”. Ella es la luz en mi ventana. A veces bromeando les digo que estoy sólo, a lo que me responden “Un hombre como vos, no creo que vaya solo por la vida, estamos seguras que hay alguna chica que ocupa tu corazoncito”. No están equivocadas.
¿Cómo es ella? La mayoría sabe o intuye que ella es “La muchacha de los ojos Color Café” que hago interactuar en las historias de Guillermo Ventura. Ella es como el agua fresca de los manantiales, límpida. Ella tiene manos finas y pies delgados. Su cabellera es una inmensa ola, como aquella que rompen en las playas de waikiki. Su rostro es delicado. Su cuerpo parece que estuviera hecho con todos los minerales de la tierra, como si estuviera hecha de racimos, de semillas rojas y amarillas. Y tiene curvas como si fueran grandes montañas de arena y sus pechos, placenteramente bellos, parecen hechos de algodón y de sueños. Ella es alta como los pinos. Es alondra, es inmensidad del mar. Ella es inquieta. Cuando camina, parece que danzara con el viento. Ella es la luz en mi ventana como dice la canción. A veces, cuando me pierdo, sólo necesito levantar la vista y buscarla. La encuentro. A la distancia la encuentro. Avanzo hasta ella. Ya no tengo miedo de perderme.
Cuando estoy con ella, el tiempo es inconmensurable. La quiero. ¿Cuánto la quiero? Quizás tengo demasiadas palabras para explicarlo. Ella suele decir “Prefiero los hechos”. Eso hago cuando está conmigo. Cuando estoy con ella, ya estoy en casa.
Quizás en otra oportunidad les cuente algo más. La canción sigue sonando en mi computadora, me sigo inspirando. Como dice la canción, quizás pronto armaremos las maletas y seguiremos moviéndonos. Ya veremos a donde nos llevan los vientos del sur. Mientras tanto seguiremos viviendo. Ella, es la luz en mi ventana.
Por Miguel Ángel Villegas.
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