FLORES PARA BEATRIZ

  Parece mentira, pero el tiempo pasa volando y a veces no nos damos cuenta de él. Ya sé, siempre regreso a ti cada vez que necesito hacer catarsis. Anoche, mi último pensamiento fue para ti. Hoy, cuando me levanté me dije que te escribiría. Y ya ves, lo estoy haciendo.
Para cuando leas estas líneas seguro ya habrás recibido tu obsequio, más una tarjeta, con sólo tres palabras.

                   “La navidad está a la vuelta de la esquina y no sé donde me hallará. Sentado quizás en algún banco de la plazuela de Montserrat o tal vez sentado en algún bar del Centro sorbiendo mi taza de café. La verdad, no me preocupa demasiado", eso me desperté pensando. Cuando por fin me despabile. “!Que tonto!", me dije, "Si la navidad ya pasó".

                    Ayer, fui a buscar trabajo. Recorrí casi toda la ciudad, pero fue en vano. Deje mi currículum en cientos de lugares. En todos me dijeron: "Lo llamaremos en unos días". Yo sé que no lo harán, ya estoy demasiado viejo. “¡Viejo... Viejo!”, mi mente se repitió una y otra vez. Te das cuenta, soy un viejo a mis cuarenta y cinco años. Tengo experiencia, pero, de que ¡Carajo! me sirve. ¡Burócratas de mierda!

                      ! Perdón, perdón, perdón por las palabras! No pude evitarlo. Me da mucha rabia, me enfurece. Salgo a buscar trabajo y cuando me preguntan mi edad, si hubiera dicho que tenía dieciséis o dieciocho, me hubieran dicho, “no tienes experiencia”; ahora, si le hubiera dicho que tenía más de cuarenta, me hubieran mirado de soslayo y con las justas habrían atinado a decir, “Lo llamaremos”, pero por dentro seguramente habrían pensado, “ es un viejo”.
¿Llamarán? ¿Tú que crees?. A veces me parece como si te estuviera escuchando "Querido mío, deja de lamentarte, recuerda que dios tiene sus razones". Cada vez que hablas mis pensamientos se sosiegan y se me olvidan las palabras que pretendía decir. Por alguna razón, mi mente se adormece con el sonido que brotan de tus labios, es como si se concentrara en su impetuoso afán por grabar las silabas que poco a poco vas lanzando al infinito. A veces he llegado a creer que tu voz recarga las baterías de mi cerebro.
.
                   Nos conocemos desde hace algunos años. Recuerdo la primera vez que te vi. No recuerdo si era verano o primavera, si era otoño o invierno. Sin embargo, aquella tarde llovía. ¡Ah!, ya lo recuerdo, fue la semana de septiembre durante la tormenta de Santa Rosa. Yo estaba sentado en el bar “La Academia” tomando el café con leche de la tarde, serían quizás las cuatro o las cinco y leía el poema "El Río "de Javier Heraud:

" Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento .
Hay árboles a mi
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos..."

                  De repente, irrumpiste en la puerta y te acercaste a mi mesa. “¿Puedo sentarme?”, Dijiste. Y yo, solo me quedé en silencio y observándote. “¡Disculpe!”, Insististe, “¿Puedo sentarme?. Hasta que pase la lluvia solamente”. Yo, seguí observándote.
¿No va a decir nada?, murmuraste. Al menos para mí fue un murmullo. Ante mi silencio, ocupaste la otra silla vacía. Tus cabellos estaban totalmente humedecidos. En el bolso que colgaba de tu hombro derecho, buscaste algún pañuelo para secarte las gotas que corrían lentamente por tu rostro. Entonces, reaccioné. Extraje el mío de mi gabardina. “Tome”, llegué a balbucear tímidamente. “¡Gracias!”, dijiste. Sonreíste también, tímidamente.

              Por alguna razón las palabras esa vez me habían abandonado, y así sería por el resto de los años, y así es cada vez que te encuentro: Tú hablas... y yo escucho. Para que hablar si tú has aprendido a leer mis labios sin palabras. Para que hablar si aprendiste a leer mis ojos dormidos. Y yo, para qué gastar sílabas que violenten tus murmullos, por que tus palabras, para mis oídos son "murmullos"

           Cuando calmó la lluvia. “¡Gracias!”, dijiste y te marchaste. Mientras te perdías en medio del gentío de la avenida, aquella mañana del mes de septiembre, descubrí lo que había estado buscando en todos estos años. Cuando por fin reaccioné ya te habías perdido en medio del gentío que marchaba a paso ligero. Corrí hasta la esquina siguiente, pero nada. Quise preguntarle al canillita si te había visto pasar. Me quedé por algunos segundos debatiendo conmigo mismo si debía preguntar o no. Finalmente decidí no preguntar. Aunque la verdad. No lo hice por temor a sus miradas inquisidoras. Giré sobre mis pasos y, regrese al bar.

               Durante varios días visité el café con la esperanza de cruzarme contigo, aunque solo sea para mirarte de lejos. Así comencé a vagar por los parques, por las calles que suponía debías transitar. Ni siquiera sabía en que trabajabas. ¿Por qué no le pregunté?, me decía maldiciéndome por no haberlo hecho. Salía sobre todo los días lluviosos. A veces fantaseaba que eras de esas ninfas que solo salen con las lluvias para encandilar a los incautos, y no me importaba ser uno de ellos. Después de haberte visto ya no me importaba ser uno de ellos. Aunque, la verdad, tenía cierto temor. Tenía miedo, miedo de volver a quedarme callado y en silencio si nos volviésemos a cruzar.
                   Hasta imaginé las situaciones más diversas. Imaginé que te encararía cuando te viera, que te gritaría mis pasiones, pero, luego, pensándolo bien, me decía que eso nunca sería posible. Seguro que apenas te viera llegar, empezaría a temblar y las palabras se volarían presurosas.

                   En otras ocasiones, he pensado en ir a esperarte a la salida del trabajo, para al verte salir, caminar en la dirección tuya, simulando que paseaba por esas calles, para que seas tú la que se encuentre conmigo, y yo, no tenga que decir palabra alguna. Sin embargo el problema era que no sabía dónde trabajabas ni en qué. Debo haber estado así todo el mes de octubre. Para la primera semana de diciembre ya me conocía todos los bares del centro. Había conocido para entonces a un grupo de hombres y mujeres con quienes compartíamos lo mismo. Ellos, también eran tímidos como yo, quienes solían reunirse para charlar de todo pero sin decir nada. En realidad charlaban de todo pero con gestos disimulados, con miradas furtivas. Su timidez era tal que sus reuniones comenzaban con la llegada del último participante, quien tenía un número predeterminado de antemano, y una hora también predeterminada de llegar. Se sentaban, acomodaban sus cosas como podían y se quedaban quietos. En silencio y mirándose de soslayo, con las cabezas gachas, sorbiendo sus cafés. Pedir una taza de café era todo un ritual, sobre todo para los más nuevos quienes aún no conocían cada de uno de los códigos con el que se manejaban. Con los más antiguos la moza no tenía problema. Si encontraba un saquito de azúcar boca arriba: “Café con leche”. Si encontraba, boca abajo: Cortado. Si por el contrario, había un saquito acompañado con una servilleta doblada por la mitad: Lagrima. Nunca pude descubrir como pedían, las tostadas, las medialunas, la manteca o los potecitos de mermelada de durazno o de frutilla. De rato en rato alguno se levantaban e iban al baño. Al principio no supe para qué. Cuando por fin mis vejigas me pidieron urgentemente que vaya, fui. Entonces descubrí algo que no me hubiera imaginado y menos ocurrido. Ahí, en el baño, se iban dejando notas. El baño les servía para charlar consigo mismos y con los demás. Era un lugar donde ejercitaban sus parlamentos, como los mejores profesores de oratoria. Creaban los discursos más fantásticos que cualquier ser humano haya podido escuchar. Con toda la potencia de sus pulmones los lanzaban al universo, sin embargo, aún en esas circunstancias, nunca llegaban a formar sonidos, por que sus alocuciones los hacían en el más completo silencio. Supongo, que charlaban con ese "otro" que los miraba. Supongo también que a ese "otro" le enseñaban y contaban todos sus silencios. Por que ese "otro" era obediente, jamás se quejaba, jamás los miraba inquisidoramente. Y cuando ellos salían del baño, ese "otro" también salía. Ellos, los tímidos, salían contentos por que ese "otro" (su imagen en el espejo), les había dado su aprobación.

                     Pasaban dentro del baño, exactamente diez minutos de su tiempo. Cuando finalmente regresaban, dejaban una nota pegada en el espejo y salían. Caminaban hasta la mesa, ubicándose en sus asientos en la misma posición en la que habían estado al momento de levantarse para ir al baño. Parecía una reunión de nonatos en el octavo mes, con la duda de nacer o no. Ya ubicados en su posición inicial, volvían a mirarse de soslayo. Quizás tratando de adivinar quien había escrito tal o cual cosa, por que las notas en el espejo eran anónimas. Ninguno se atrevía a firmar para no ser descubierto.

                   Por suerte, pronto llegó la navidad, por que esas "Charlas" con el grupo de los tímidos me habían echo perder un tiempo valioso. Volví a vagar por la plazuela de Montserrat, para no pensar que debía conseguir trabajo, para no pensar que debía encontrarte. Necesitaba saber si era cierto aquello que había soñado.

                   Tres días más tarde mientras bebía mi café en el bar "La Academia". "Hola", dijo una voz. Levanté la mirada y descubrí que eras tú. “! Perdóneme por haberme marchado sin despedirme!", dijiste. Yo, como siempre, en silencio. “! Traje el pañuelo que me presto el día de la lluvia! ¡Muchas Gracias!", continuaste diciendo. Yo, en silencio. "!No dirá nada como la otra vez!", insististe.
Fue entonces, cuando, como una catarata las palabras se amontonaron en mis labios, y por algunos segundos sólo produjeron balbuceos, hasta que finalmente salieron claras. "Hola". ¿Cómo estás? ¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿En qué trabajas? Salieron de un tirón.
               "Calma", dijiste. Desde entonces hemos hablado de tantas cosas. He ido descubriendo poco a poco lo que no sabía y corroborando lo que ya sabía. He ido comprobando que ya no necesito hablar. Basta que mires mis ojos para que sepas lo que estoy pensando. ¿A quién podría recurrir si no te tuviera? Ayer, encargué un ramo de rosas. Te lo entregarán el 24: Tu Cumpleaños. ¿Creíste que lo había olvidado? No firmé la tarjeta, ya sabes por qué. Cuando la leas sabrás que fui yo. Quise buscar alguna frase, como aquellas que suelen colocar en las tarjetas de onomásticos, pero todas me parecieron cursis, así que escribí algo simple:

¡FLORES PARA BEATRIZ! .

Noviembre a llegado con la misma parsimonia de siempre, así también comienza a marcharse. Anoche volví a soñar con aquella viejecilla. Quizá te lo cuente en otra ocasión. ¿No te gustaría que vayamos a caminar por la Costanera?.

Por Miguel Ángel Villegas


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DATOS Y OTROS:
             Cuento escrito en 2003.
             Es parte de una serie de cartas escritas y dedicadas a alguna de mis amigas (VPT). Por falta de tiempo, habían quedado guardado con otros papeles y que se han descubierto sólos, nuevamente.
A esta carta, le falta la segunda parte que está inconclusa, espero más adelante poder terminarla.
Juan Alberto Nuñez, solía decir: "Cuando estes trabado con una historia, dejalo descansar". Alguno de mis textos han descansado demasiado tiempo.

               INVITO a Aquellos que sean escritores y poetas (por favor que tengan buenos textos), pues tengo la idea de volver a Crear un "Grupo Literario" como hace catorce años atrás, cuando fundé "Los Templarios Literarios" y cuyo grupo tuvo una larga vida de ocho años.
!Saben donde y cómo encontrarme!.



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