Los Perros que no son de Varguitas.

(Este artículo debí haberlo terminado de escribir hace un par de meses, así que voy hacer de cuenta que hace unos días, se produjo el hecho motivo de este texto.)

            Es difícil por estos días hacerse el desentendido ante la Noticia de ayer que propalaron todos los medios de comunicación:

"Varguitas", Es Premio Nobel de Literatura.

            Ante semejante noticia, en el Perú se armó un revoltijo de ideas a favor y en contra de “Varguitas”. Algunos le reprochan que se haya nacionalizado español y seguramente los que comparten esa opinión jamás salieron más allá del poyo de sus casas, de modo tal que son simples plantas que han vivido por que el sol sale todos los días y de vez en cuando llueve. En la argentina también aparecieron esos “escritorcillos” que no los conocen nadie pero opinaban ante cualquier micrófono que les colocaban enfrente, sobre “Varguitas”, reprochándole, según ellos, su origen “oligárquico”.
            Para realizar una critica fundada respecto de las temáticas de la obra de Mario Vargas Llosa, se debe tener un conocimiento claro de la Historia del Perú, caso contrario corremos el riesgo de convertirnos en meros escribientes de una fantasía o lo que es peor, en destructores de la historia, de aquellos hechos que realmente sucedieron.

            Hoy, no he venido a analizar la obra de “Varguitas”, quizás en alguna oportunidad lo haga. Hoy, me centraré en una de las temáticas de sus obras más representativas de la sociedad peruana descripta en su novela “La Ciudad y los Perros”: Las sociedades de adolescentes.
            Los “críticos” argumentan que esa obra es una “…diatriba contra la brutalidad ejercida en un grupo de alumnos el colegio Militar Leoncio Prado, también es un ataque frontal al concepto erróneo de la virilidad, de sus funciones y de las consecuencias de una educación castrense mal entendida”.
            Yo no comparto esta visión de estos “críticos” que seguramente no tienen la menor idea de la vida militar y menos de la historia y de la sociedad peruana. Es decir que su análisis lo hacen desde el punto de vista de su propia realidad. Esto me recuerda mis primeros años en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, cuando debíamos analizar un hecho desde el punto de vista de dos corrientes jurídicas, El Naturalismo y el Positivismo, donde jamás se podía llegar a una solución que satisfaga a ambas, por una simple razón: son Inconmensurables.
            Del mismo modo, estos críticos para su análisis parten desde su realidad y no desde la realidad de la sociedad peruana. Como decía el principito: “…lo esencial es invisible a los ojos”

            Podría ser muy simplista como estos “críticos” y despotricar contra todo aquello que lleve un uniforme militar, olvidándome de lo esencial: La sociedad.
            Cuando se produce una revolución militar, para que esta sea realice efectivamente, debe haber una participación activa de la Sociedad civil que avale estos hechos. Que luego, aquellos que toman el poder distorsionen las ideas originarias es otra discusión (Que analizaré en otra oportunidad), pero en esencia el “Imaginario Social” valida dichos actos. Según la Dra. Esther Díaz (Doctora en Filosofía Universidad de Buenos Aires) , "...el imaginario social interactúa con las individualidades. Se constituye a partir de las coincidencias valorativas de las personas..." Estarán equivocados quizás, pero eso lo sabrán en el futuro, no en ese momento. Como ejemplos podemos tomar el Nazismo, el Fascismo, el Comunismo, y diversas dictaduras en Iberoamérica en la década del ’70.
Linea "Cocharcas-José leal"
            Lima, como cualquier ciudad grande tienen ese imán que resulta irresistible para todo aquél que no nació en ella. Lima, como cualquier Ciudad capital de Iberoamérica tiene sus lugares maravillosos, como también tiene sus lugares oscuros. En el caso Limeño, tiene sus hermosos jardines de Barranco, sus tradicionales balcones, sus hermosas playas, sus palacios, sus iglesias, sus catacumbas y su plaza de toros. También tiene, sus “pájaros fruteros” (chorros), sus basurales, su “Tacora”, sus vendedores ambulantes, sus putas y en su momento, su “Cocharcas José-Leal” (micro antiguo que arrojaba tanto smog que parecía una fabrica de humo ambulante y que recorría las calles limeñas, pero cuyos asientos eran…tan cómodos).

            Aquellos que vivimos en el Perú en la década del 70' y 80' . Pero más precisamente en Lima, no podemos negar que “La Ciudad de los Virreyes” era "La ciudad de los Perros"  y nosotros los párvulos de entonces corríamos el riesgo de convertirnos en “Perros” o lo que es peor en “esclavos”.

            El premio Nobel otorgado a “Varguitas”  ha despertado recuerdos en todos o casi todos los peruanos, sobre todo, en aquellos que en las décadas mencionadas vivían en Lima y como consecuencia de ello, muchos debieron haber corrido el peligro de ser fagocitados. Dicho de otra manera, muchos fueron “Perros” y muchos “Esclavos” en alusión a los personajes que se narra en la Novela “La Ciudad y los Perros”.

            Aquellos que éramos adolescentes teníamos muy pocas posibilidades de poder escapar a nuestros designios. No había lugar donde esconderse para burlar al destino. Tarde o temprano, la espada de Damocles caería sobre nuestras cabezas de manera inevitable.
            No había pandillas, no se conocía las drogas, al menos las drogas actuales. Se hablaba del LSD, del Opio, del Crack y ya había algunos indicios de la marihuana. Sin embargo esta “sociedad” dentro de la Sociedad era alentada por que en esa “sociedad” se formaban los lideres. Ahí se veía quien tenía temple o pasta para dirigir un grupo o ser líder del mismo.
            Pertenecer a un buen Colegio era una gran ayuda para lograr un buen “Status” en esta “sociedad”, pero aún así en los primeros años, también había que sobrevivir a como dé lugar y bajo cualquier circunstancias.
            Si llegaba a casa con algún lagrimón:
— ¿Por qué estás llorando?— decía mi padre—, ¡Los hombres se la aguantan. Sólo lloran las mujeres y los maricones!.
            Ante semejante aseveración sólo nos quedaba sobrevivir y demostrar que no éramos maricones.
            Aquel que desconozca la historia del Perú podría pensar que “somos unos salvajes” o que nuestros padres no tenián educación y que por eso nos trataban de esa forma. No es así. A simple vista podría parecerlo, pero cuando analizamos con más detalle la HISTORIA y la SOCIEDAD PERUANA descubriremos que esos padres tenían sus razones. Valederas o no, para tratarnos de esa forma, pero antes de explicar esa parte, primero describiré a esta “sociedad” y los nombres que les he asignado es para ver el parecido que existía entre los adolescentes de la sociedad civil y la del colegio militar Leoncio Prado.

            Los adolescentes de la ciudad de Lima en las décadas del ’70 y ’80 sólo teníamos 3cinco opciones para insertarnos en esta “sociedad”. Algunos tenían mejor suerte. Otros, sólo aceptaban lo que les tocó.


1.- El Esclavo: Obedecía sin chistar. Era el mandadero oficial. En general era algún “serrano acriollado”, pero que no había podido lograr un mejor lugar en el grupo. “El serrano es tosco, bruto, pero fiel. Aguanta los peores golpes y en una pelea, más te vale que lo desmayes en los primeros cinco minutos por que de lo contrario estarás perdido”, se solía decir en el grupo; Como no sabían liderar, su única alternativa era seguir a los demás. Seguir en silencio. En esta clase estaban los “serranos”, “los negros”, “los chinos”.
2.- El Perro: Todos los que se unían a cualquier “grupito” del barrio comenzaban siendo “perros”. No había forma de saltar esa etapa. Sólo teníamos pocas opciones de zafar: Ser más grande que el resto, ser considerado un intelectual o que tus padres sean unos potentados, con lo cual el grupo se aseguraba fiestas con mucha diversión.
3.- El Intelectual. No era tan fácil obtener este “Status”. En un grupo que habitualmente podría haber entre 7 a 12 adolescentes, sólo dos o tres lograban ser considerados intelectuales. Entre los intelectuales podíamos encontrar a los pintores, los poetas, los más “chancones” (estudiosos).
4.- Los Chibolos (Chicos): Entraban aquí todos los demás, es decir el grupo en si mismo.
5.- El Líder: se había ganado su lugar a veces por el azar, otras veces a través de los puños. Al grupo por supuesto no podía liderarlo, ni un serrano, ni un negro.

            Creer que sólo en las escuelas militares se ven las clases o la estratificación de los jóvenes en el Perú, es desconocer lo complejo que es la sociedad peruana debido a su multiculturalidad. En la sociedad juvenil de los ’70 y ’80 era tan importante pertenecer a un grupo del barrio, como estar cursando en un buen colegio secundario. Sobre todo si nuestros padres no tenían la posibilidad de enviarnos a estudiar en un colegio privado. Los padres lo sabían muy bien y por esa razón todos los años se formaban colas interminables para lograr que sus hijos asistan a las principales escuelas.
 
            Seguramente en los colegios privados se debía haber producido algo muy parecido, pero en general, los muchachos de los privados eran muy “Pavos” (tontos, opas, hijitos de mamá), al menos eso pensaba el imaginario adolescente al que pertenecía.

Principales colegios nacionales por orden de categoría:
1.- Nuestra Señora de Guadalupe.
2.- Ricardo Bentin.
3.- Melitón Carbajal.
4.- Pedro A. Labarthe.
5.- Todos los demás.

            Cuando se analiza la sociedad inevitablemente lo vamos a hacer desde el punto de vista de nuestras vivencias, de nuestros padecimientos, de nuestros conflictos.

¿En que sector estaba Yo?
            El destino ha sido bastante bondadoso conmigo. No era rico, tampoco pobre, pero casi cerca de ahí. En mis primeros años del secundario vivía en el centro de Lima, en la tercera cuadra del jirón callao y como no habían logrado vacante en el colegió que yo quería, tuve que asistir a una escuela cerca de mi casa. Para muchos chicos era un “provinciano”, pese a que Acomayo está a sólo hora y media de Lima y supongo que habían querido convertirme en un “esclavo”. Sin embargo, se metieron con el menos indicado. A los pocos días obtuve una copia de mi partida de nacimiento donde figuraba que había nacido en la “Maternidad de Lima” y se los estampé en la cara. Pero lo que realmente cambió mi situación en la escuela fue un hecho muy particular.
            Cierto día, mientras formábamos en el patio de la escuela, aparentemente el auxiliar (preceptor), según él, vio que yo me moví de la fila, así que se acerco y con la madera que tenía en sus manos me dio un “maderazo” en una de las mías que las tenía pegada a mi cuerpo. Tan mala suerte tuvo el auxiliar que dicha madera tenía un clavo que se incrustó en mi mano atravesándola de lado a lado. Cuando me llevaron a la dirección para que me curen, la directora apenas me vió puso un grito en el cielo y le grito de todo al auxiliar, luego, mirándome.

— ¡Que le voy a decir a tu abuela!— me dijo desesperada—, que le diré a mi amiga, tu tía.

            Nunca supe a cuál de mis tías se refería, sin embargo, lo peor llegó días más tarde. El sábado llegó “yayo”, mi padre. Se enteró y llovió fuego sobre el colegio. Hizo tal escándalo, que le recordó a la directora quienes eran los miembros de mi clan familiar. Se los recordó desde “La Perricholi” en adelante, pasando por “Don Ambrosio” y el “Coronel Villegas”, hasta la demanda que le haría al colegio, el “Tío Luchito”. Por suerte las aguas se calmaron y para entonces ya me había convertido en el “Intocable” en todo colegio. Eso servía mucho y vaya que servía. Sin embargo, sentía que ese colegio no era para mí, yo quería estar en el colegio de mis sueños.

            Un año después logré lo que tanto había querido: ser GUADALUPANO.
            En el colegio que cursaba no quería que me fuera, estaba en segundo año y tenía el mejor promedio del colegio y esperaban que hasta quinto pudiera lograr algunas medallas para dicha escuela, pero yo, sólo quería portar la insignia del “COLEGIO NACIONAL NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE”.

 Colegio Ntra. Sra de Guadalupe
            No me había equivocado, ser “Guadalupano” era otra cosa. La mística del colegio estaba en cada paso que dábamos. El guadalupano era el más estudioso, el más respetuoso. El guadalupano era aquél que cuando iba en el micro (colectivo) cedía el asiento a alguna anciana, señora embarazada o cuando subía alguna chiquilla (señorita). El guadalupano era aquél que cuando caminaba acompañado de alguna “chibola” (señorita) cedía la parte interna de la vereda y él iba siempre por el borde. Ser guadalupano era un orgullo y como dice el himno: “…Guadalupe es orgullo peruano cuna de héroes y hombres de valor…”
            A esto debíamos sumarle el adoctrinamiento diario de parte de los profesores, cada vez que teníamos una mala nota o un mal comportamiento.
— ¡Por estas aulas han pasado héroes, mártires, presidentes! — Decían—, y ustedes tienen el deber de guardarles respeto.

            Los primeros años nos parecía que exageraban, pero conforme pasaban los años llegábamos a comprender lo que era ser “Guadalupano”. Esa sensación lo percibíamos en la calle, cuando subíamos a los micros o cuando íbamos a alguna actividad donde participaba el colegio e incluso cuando no participaba.
            Esto último nos pasó el año que terminamos el secundario. Teníamos 15 años y con toda la ebullición de la testosterona. Las camisas blancas llenas de dibujos y firmas. (A la mía, en la espalda le había pintado una calavera atravesada por un cuchillo, de cuyo filo caían gotas de sangre. Fue para mis amigos lo más cool que habían visto en una camisa). El último año nos permitieron todo y lo teníamos todo: El respeto de los profesores y el de los más chicos, nuestros “hermanos menores” como solíamos llamarlos.
            Fue precisamente la testosterona la que nos llevo hasta Comas (un barrio en las afueras de Lima) siguiendo a un compañero a quién lo llamábamos “Tucán” quien nos invitó a su casa para armar una “fiestita”. Nos había asegurado chicas, aunque no nos lo hubiera asegurado, la insignia era suficiente para tener gratas compañías. Sin embargo cuando llegamos a su casa, nos encontramos que había una discusión familiar. Por algunos segundos le reprochamos al compañero que nos invito.
— ¡Nos hubiéramos ido a la playa, ahí teníamos hembritas seguras!— dijeron varios.

Ya comenzábamos nuestro camino de regreso, cuando el “Tucán” nos dijo.
— ¡Miren muchachos, a cuatro cuadras de aquí queda mi colegio donde estudié el primario!.
— ¡No nos jodas pue´ Tucán! ¿No me digas que ahora nos vas a presentar chibolitas de cinco años?—Lo interrumpió uno de los muchachos.
— ¡Tranquilo cuñao, el colegio tiene primario y secundario! Es un colegio mixto. Hoy están celebrando el cierre del año y haciendo la despedida de los que terminan el secundario.  
— ¿No serán todas rucas, No?—pregunto uno.
— ¡Sí, para mí que todas son putitas! ¿Nos estas llevando a mancillar el buen nombre del colegio?—dijo otro riéndose a carcajadas.
— ¡Calma “carachita”, no te hagas el “pituco” que tu vives donde no pasó dios!—contraatacó el Tucán.
— Bueno carajo, déjense de huevadas. ¿Y Tucán, decídete, nos vas a llevar o no a la fiestita? — Dijo el “Charapa” y mirándome, me preguntó— ¿Usted que opina “Bonaroti”?
            En alguna ocasión al “Charapa” (nombre que se les da a los oriundos de la selva, sobre todos en los Departamentos de Pucallpa e Iquitos, debido a que en esa zona abunda la tortuga Charapa. Además, los Charapas tienen una tonada muy similar a los pobladores de Córdoba-Argentina) le había corregido que se decía “Buonarroti” y no “Bonaroti” como él me llamaba debido a mis ya incipientes dibujos. Él había objetado que yo no podía ser Buonarroti, por que el italiano era “maricón” y que además en el Guadalupe no había maricones. Y cuando decía maricones no se refería a las preferencias sexuales que cada persona podría tener, sino que se refería a los que no retroceden en las “escaramuzas” que solíamos tener con otros colegios, sobre todo con el colegio La Salle. Esos si “son maricas” había dicho el charapa. 

            Llegamos al colegio del “Tucán”. Él se dirigió a saludar a sus maestros y nosotros nos fuimos a conocer el colegio. Ya estábamos charlando con algunas chicas cuando lo vimos acercarse al Tucán, venía con una sonrisa de oreja a oreja. Nos contó lo que había charlado con la directora del colegio y que si nosotros estábamos de acuerdo nos íbamos a divertir.
            Minutos más tarde nos invitaron a pasar al estrado principal y la directora comenzó su alocución diciendo:
— ¡Queridos alumnos, este año tenemos el honor de tener en nuestras aulas a una “Comitiva del Primer Colegio Nacional de la Republica Nuestra Señora de Guadalupe, quienes van a engalanar esta fiesta de despedida de todos aquellos que culminan sus estudios secundarios y se preparan para seguir sus sueños. ¡Bríndenles un fuerte aplauso!
Flap, flap, flap, flap, flap, sonaron los aplausos.

Gudalupanos en desfile Escolar
            Nosotros casi sin comprender cabalmente lo que estaba sucediendo, miramos al Tucan. Él, nos guiño un ojo. Éramos seis alumnos con el uniforme perfectamente limpio y los zapatos bien lustrados. El cabello corto y peinado. Parecíamos cadetes de cualquier Fuerza Armada. Porte marcial. Hombros levantados y mirada al frente. Los brazos firmes pegados al cuerpo, pies en posición de descanso.
            Todos nos miraban. Ya estábamos acostumbrados a esas miradas y en lugar de intimidarnos, nos hacía sentir más orgullosos de ser Guadalupano y ya no nos importaba si la ceremonia hubiera durado cinco o seis horas. Sin embargo, sólo duró dos horas, luego del cual comimos, nos divertimos y luego regresamos a nuestras casas.

            Cuando nos mudamos al distrito Jesús María (en realidad es el Cercado de lima, pero todos creían lo contrario. Yo nos los contradije), la situación, mejor dicho mi situación mejoró. Por el solo hecho de vivir en ese barrio, bastaba para ser considerado un "Chibolo Pituco" (concheto). Aunque lo que realmente me salvó de ser un "Perro", fue el “arte”. En el caso del “nuevo barrio”, fue otra parte del arte, ya no la pintura. En esos años nacieron mis primeros poemas (“Mis poemitas cursis” como hoy los llamo) y en el barrio me gane el mote (apodo) de “el poeta” o “Bonaroti” indistintamente.
            A lo largo de mi infancia y adolescencia vi pasar a cientos de "Perros" y cientos de “esclavos”. También vi pasar a muchos “intelectuales”, pero pocos “lideres”. El liderazgo era algo que uno se lo iba ganando con los años y con las escaramuzas. Vivía por aquellos años en la primera cuadra del Jr. Cervantes. (Altura primera cuadra de la Av. Brasil), un barrio muy tranquilo y seguro. Las escaramuzas habitualmente se producían cuando los de “Gálvez Chipoco” o los del “Llonja” (callejón) querían entrar al barrio sin nuestra autorización. Los adultos del barrio estaban enterados de nuestra “sociedad” pero no se metían y tampoco objetaban. Para ellos siempre que nuestras notas en el colegio eran “buenas” lo demás no tenía importancia.
— ¡Son cosas de Chicos!— solían decir.

            Por aquellos tiempos “Papacho” era el más grande y lideraba el grupo. “Shagui”, “Racumín” y Yo éramos los intelectuales. “El culón”, “los Búhos” (eran dos hermanos), “El Ruco” (en lugar de Terruco = terrorista. Había estado un año en el amazonas y contaba que había trabajado con los narcos, pero luego en una escaramuza arrugó y por poco se salvo de ser “esclavo”); “Vitucho”, “Martín”, “Mono” (era de raza negra) y “El orejón” formaban la “Chibolada” (los muchachos).
            Llegamos a formar nuestro propio club: “Sport Cervantes” y como en la cuadra se ubicaba el club social del Ministerio de Transportes, nosotros aprovechamos nuestra “buena fama”. El club tenía un inmenso salón de fiestas y una canchita de piso de parquet y al mismo tiempo estaba techada. Una tarde hablamos con el presidente del club para que nos alquilara a un precio más económico “La Canchita”.
— ¡Me han hablado de ustedes y, muy bien!— nos dijo —. Les ofrezco darles sin costo algunos días. ¿Qué les parece? Los miércoles, viernes a partir de las 10 de la noche. Los domingos a partir de las 4 de tarde, siempre y cuando no haya alguna actividad. Pero, con una condición: Los días sábados que tengamos alguna actividad, ya sea casamiento, quinceaños o cualquier fiesta, ustedes nos ayudarán a cuidar la puerta de entrada y cuando termine la fiesta, a limpiar el salón. ¿Qué dicen? ¿Aceptan?  
No lo pensamos dos veces, cerramos el acuerdo.

            Éramos, una “sociedad” dentro de la Sociedad. La mayoría del grupo estaba en colegios privados (Salesiano, La Salle, Marianistas) y los demás en buenos colegios nacionales. Por la zona, el Guadalupe.
            Ningún grupo se atrevía a venir al barrio, nosotros éramos dueños del mismo. Decidíamos quien entraba y quien no. Las muchachas del barrio tenían prohibido charlar con miembros de otros grupos. Ellas eran propiedad del grupo y lo aceptaban, diría que hasta la pertenencia a determinado grupo les daba Status respecto de los grupos de los otros barrios. La categoría de un grupo en el barrio de Jesús María se daba principalmente por el colegio al que asistían sus miembros.
            En general nos llevábamos muy bien con los grupos más cercanos a la Aeronáutica y a los del Hospital Rebagliati. Pero no les dábamos importancia a los grupos que venían de la zona de breña, conforme dijo “papacho”.
— ¡Los de Breña, son pobres diablos!

            En su momento los grupos del Cercado de Lima, aledaños a la plaza de armas eran bien considerados, pero cuando apareció el mercado “Polvos Azules” (Tipo “La Salada”), a esos grupos se los comenzó a marginar.
            Los de Breña, y los que estaban al otro lado del Río no se les consideraba por que eran “Chicheros” (un ritmo que nació de la fusión de la Cumbia y el huayno, dos ritmos musicales peruanos). La muchachada de “Cervantes” era multicultural, había algunos cuyos padres eran cubanos, colombianos y argentinos. Con la “Salsa”, “el tango” y “el breakdance”, nos llevábamos muy bien. También con la “música criolla”, “La afro peruana” (de orígenes africanos y fusionados con las danzas y música peruana, algo similar a lo que sucedió con el “Chifa”). En cuanto a los “Huaynos”, al principio no fue algo que nos simpatizara tanto. Éramos adolescentes. En nuestras casas había una admiración por EEUU, sobre todo por la invasión de las películas “yanquis” donde mostraban una especie de fanatismo por su bandera, y un absoluto respeto por que no permitían que nadie se meta con ninguno de sus ciudadanos en el extranjero. Nosotros pensábamos, “Nuestros Embajadores y cónsules en el extranjero deben ser seguramente como los “yanquis”.
Campo de Marte
            Sin embargo, en el “Campo de Marte” (una especie de copia del Campo de los Elíseos, francés) a 4 cuadras de nuestras casas, había un Teatro a Cielo Abierto llamado “Concha Acústica de Campo de Marte” desde el cual TODOS LOS DOMINGOS nos llegaban los acordes de miles de “Huaynitos” de tal modo que lo que al principio nos pareció una tortura, poco a poco nuestros oídos fueron acostumbrándose a esas melodías e incluso en alguna oportunidad hicimos algunas incursiones para satisfacer nuestra curiosidad. Pensándolo, hoy, era algo ilógico lo que hacíamos por que eso formaba parte de la cultura del Perú y con el paso del tiempo en diversas reuniones hemos disfrutado de muchos “Huaynitos”.
            A lo que nunca pudimos acostumbrarnos era a la “chicha”, sobre todo a los “Chicheros” quienes para nuestra mala suerte “La Carpa Grau”, donde también se reunían todos los domingos para escuchar a los grupos de “chicha” (Los Shapis, Chacalón, Guinda, entre otros), quedaba a unas diez cuadras. Sus peleas y corridas a “piedrazos” y “botellazos” en reiteradas oportunidades llegaron casi a las puertas de nuestras casas. Se había vuelto insoportable. Hasta que un día, nos reunimos los diversos grupos del barrio y decidimos parar esa situación. Por suerte para todos en el barrio había un Batallón de cadetes del Ejército asentados en un edificio lindero a casa, los cuales, un domingo cerca de las siete de la noche cuando vieron llegar a una turba de gente que se corrían a “piedrazos” y “botellazos”, realizaron disparos de metralleta al aire, haciendo huir despavoridos a toda la turba. Nunca más los vimos por el barrio. Tiempo después nos enteramos que ahora se corrían toda la Av. Grau hasta cerca de “Tacora” (el mercadillo de baratijas).
            Terminar el secundario significaba no sólo el fin de la asistencia a la escuela, sino también  el termino de nuestra participación en estas “Sociedades Adolescentes”. No había nada escrito sobre esto, simplemente dejábamos en manos de las nuevas generaciones, para entonces ya se habían enrolado nuestros hermanos menores y continuaban con el armado y organización de estas “sociedades”.       

            Nada me hubiera costado enrolarme en cualquiera de esas corrientes en pro o en contra de “Varguitas”, pero entonces, habría dejado de ser yo y me habría convertido en un remedo de “Seudo crítico”
  Como he dicho  al principios los nombres de las clasificaciones son algo que lo he tomado de las palabras de “Varguitas”, pero no el papel de cada uno de ellos. Esa era la forma como actuábamos los que éramos adolescentes en Lima-Perú en la década del '70 ’80. Éramos adolescentes de los que hoy podríamos llamar “Clase media-media”.
 Lo narrado por "Varguitas" en su novela “La Ciudad y los Perros” sobre el “Colegio Militar Leoncio Prado" era en esas décadas parte de la vida de todos los que entonces estábamos en las escuelas. No muy distinto de lo que sucede hoy y de lo que sucederá en el futuro. Quizás más atenuados o más ocultos. No estoy muy seguro si es una realidad vigente en toda Iberoamérica, pero si una realidad de los adolescentes en el Perú.
            No debemos olvidar que los de las generaciones de ‘70, ‘80 crecimos con los recuerdos aún vigentes de la "Guerra del Pacifico": Perú- Chile (1879-1883). Recuerdos en primera persona nos narraban nuestras abuelas, que se uniría luego a las narraciones de la barbarie de "Sendero Luminoso" y del “MRTA”.
            Más allá de estas cuestiones, nuestros padres se mantenían al margen pese a saberlo, incluso lo alentaban indirectamente.
— ¡Tienen que hacerse hombres de una forma u otra!— decían.
Una de las razones que puedo encontrar para esa actitud de los adultos, es debido a las múltiples guerras que tuvo el Perú a lo largo de su historia como Republica. Ha tenido guerras con todos sus vecinos por cuestiones limítrofes y creo que consentir estas “Sociedades Adolescentes en el Perú” es una forma de ir preparándolos para eventuales conflictos.

Por Guillermo Ventura.
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No estamos tan mal, pero, podríamos estar mejor… si quisiéramos. (Proverbio propio)
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