Este artículo debía haber sido escrito y publicado
hace unas semanas atrás, pero hubo circunstancias personales (dolorosas) que
impidieron que me sentara frente a mi computadora y teclear las letras
necesarias para convertirlas en una historia. Lo primero que viene a mi memoria
respecto de estas “circunstancias” son algunos versos de Vallejo, sobre todo
aquellos que dicen: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes
como del odio de Dios, como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se
empozara en el alma. ¡Yo no sé!...”
Cuando el sábado 09 de noviembre en el programa “Algo
Más” que conduce el periodista Pierre Manrique (un amigo) me enteré que el
Jueves 14, una actriz peruana
presentaría su unipersonal en el “Centro Cultural Ricardo Rojas”. “Debe ser
buena”, pensé.
Cuando se lo comenté
al Dr. Augusto Flores Cárdenas (Un amigo Médico-Psiquiatra).
-¡A la mierda, debe ser buena!- me respondió.
Acordamos asistir juntos. No pudimos contactarnos con
los otros Mosqueteros (Dr. Víctor Pebe Pueyrredón; Ing. Pablo Preciado; Dr. Dovar Rojas; Agr. Neftalí
Idrogo. Lic. Carlos Campanario -se excusó-, a este grupo se ha sumado “el
Matemático” -Así lo llamamos nosotros, pero en realidad es economista-, Rosendo
Guerrero). En ese grupete de amigos soy el más joven, el aprendiz, el Padawan,
el Luke Skywalker. Bah, no sé si tanto, aunque la mayoría me lleva quizás
treinta o quizás cuarenta años de experiencia. Yo, simplemente aprendo de
ellos.
El jueves 14, llegué temprano al lugar indicado, a la
hora señalada. Ingresé, y apenas caminé unos metros pude divisar a “todos y a todas”.
No sé si me conocen (no me quita el sueño ese detalle), pero Yo a “todos y a
todas”, si los conozco. Sé, de qué “patita cojean”. Charlando con los muchachos
de informes del “Centro Cultural Ricardo Rojas” averigüé todo lo necesario.
-¿Tiene reserva?- me preguntaron.
- ¡No!-respondí -, por la mañana llamé para averiguar
cuál era la forma para hacer las reservas y el costo de las mismas.
— Las reservas se hacen personalmente aquí en el
Centro Cultural y esta obra es gratuita —, me dijeron
Apenado ante la posibilidad de no poder ingresar a ver
el Unipersonal, continué charlando con Gustavo, uno de los muchachos que al
parecer colaboraban con la puesta en escena de la obra. Minutos más tarde luego de obsequiarle la
tercera Edición de la Revista “Casa del Perú” y de haberle comentado sobre mi
blog (Kerriscoso), no sé si eso lo persuadió, pero, tomó una entrada y me la
entregó.
Micaela Távara Arroyo |
— Deberíamos pagar aunque sea cinco pesos —, dijo.
— ¡No seas ratón, con cinco pesos no te pagas ni un
café. Mínimo, podría ser veinticinco. !Seguramente por eso vino mucha
gente!— le refuté.—, ¡Por que a estos sacarles cinco centavos, es peor que a un
calvo le crezca cabello rizado y con "rastas" incluido.
No continuamos la deliberación por que fuimos
interrumpidos por una voz que en tono fuerte se acercó por mis espaldas,
“PERMISO, PERMISO”. Con mi tranquilidad habitual, giré para ver de quien era la
voz y cual era la razón. No tuve tiempo de girar del todo por que un torbellino de gente atravesó raudamente con destino al salón donde se presentaría el Unipersonal. Lo
único que atine a escuchar, fue que la voz reverencial de alguien que dijo: “!Adelante, Señor
Cónsul!”. Por la forma como se expresó el de la voz voz, me dio la sensación que le faltó poco para tirarse al piso y servir con su cuerpo de alfombra al recién llegado. Yo, seguí
inmutable, observando a cada uno de los que estaban en la fila de ingreso.
“Parece que hubiera pasado 'Enrique Octavo' y no, únicamente el Cónsul peruano
de la Circunscripción de Buenos Aires, un funcionario público con sueldo y un mandato otorgado por los ciudadanos a través del Presidente del
Perú, quien le debió encomendar el cumplimiento de esa función”, me dije a mi mismo.
Sin embargo, aquél jueves 14 de noviembre, me encontraba en ese
lugar por una razón mucho más importante que cualquier autoridad consular o
cualquiera de esos “ratones” (misios, miserables, sinvergüenzas, tacaños,
avaros) que pululan por ahí. Estaba para ver “LA REBELIÓN DE LAS POLLERAS” de
la actriz peruana MICAELA TÁVARA ARROYO. ¿Disfrutaría o padecería aquél unipersonal?,
en ese momento no lo sabía, pero ya estaba en el baile, así que seguí a los que
ingresaban al improvisado auditorio.
En el folleto informativo que nos entregaron se podía leer la presentación de de la joven actriz peruana: Rosa Micaela Távara Arroyo, nació en Lima en 1989. Es egresada de la Escuela de Ballet de la Universidad Nacional de San Marcos y actriz formada en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático. Es pedagoga de danza, teatro y performance. Desde 2011 trabaja para Lima cultura, marca de la gerencia de Cultura de la Municipalidad Metropolitana de Lima, desempeñando labores de gestión y promoción cultural para el programa Cultura Viva. "¿Será una Limeña certificada?", pensé cuando leí sus palmares, pues suelo bromear con amigos, que Yo soy un "Limeño Certificado" pues nací en la vieja y antigua Maternidad de Lima.
Cuando ingresé, ya estaba todo en penumbras. Segundos después algunas luces del fondo se encendieron y apareció a trasluz la silueta de una joven desnuda, que poco a poco comenzó a cobrar vida. Al principio, pensé que era un maniquí. Los movimientos cada vez más rápidos y acompasados, como siguiendo un ritual determinado me obligo a prestar una mayor atención.
En el folleto informativo que nos entregaron se podía leer la presentación de de la joven actriz peruana: Rosa Micaela Távara Arroyo, nació en Lima en 1989. Es egresada de la Escuela de Ballet de la Universidad Nacional de San Marcos y actriz formada en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático. Es pedagoga de danza, teatro y performance. Desde 2011 trabaja para Lima cultura, marca de la gerencia de Cultura de la Municipalidad Metropolitana de Lima, desempeñando labores de gestión y promoción cultural para el programa Cultura Viva. "¿Será una Limeña certificada?", pensé cuando leí sus palmares, pues suelo bromear con amigos, que Yo soy un "Limeño Certificado" pues nací en la vieja y antigua Maternidad de Lima.
Cuando ingresé, ya estaba todo en penumbras. Segundos después algunas luces del fondo se encendieron y apareció a trasluz la silueta de una joven desnuda, que poco a poco comenzó a cobrar vida. Al principio, pensé que era un maniquí. Los movimientos cada vez más rápidos y acompasados, como siguiendo un ritual determinado me obligo a prestar una mayor atención.
Este introito lo comprendí mejor cuando horas más
tarde, ya en el bar “La Academia” a pocas cuadras del lugar, el Dr. Augusto
Flores Cárdenas (médico Psiquiatra) hizo una particular descripción de esa
escena: “Era una nacimiento. Viste como poco a poco se fue moviendo, como si
fuera un bebé tratando controlar sus músculos y sus articulaciones. Era el
inicio de la vida. Fue una escena
maravillosa”, dijo.
Cuando finalmente escuchamos la voz de Micaela Távara
Arroyo, lo primero que vinieron a mis recuerdos, fueron los sonidos del “hablar
Limeño” o el “cantito Limeño” como dicen algunos. Y por algunos segundos me
perdí en los recuerdos, que la “tosecita” impertinente de una asistente me hizo
volver rápidamente a mi asiento. Micaela, contó que su unipersonal estaba
dedicado a la Flor Pucarina (Leonor Efigenia Chávez Rojas) una cantante
vernacular peruana que allá por la década del ´50 se hizo conocida por contar
en sus canciones la nostalgia y el desamor, quizás como una forma de hacer su
desarraigo menos complejo o menos desolador.
También, Micaela, contó que su unipersonal está
dedicado a su abuela Sofía (aquí me perdí, no estoy seguro si es Sofía o si es
Zoila, así que para no complicarlo la llamaré Sofía, luego quizás se lo
pregunté personalmente a Micaela), que se vino del Interior del Perú a Lima. Se
vino con su marido, pero que éste se le murió tan pronto que no tuvo tiempo de
llorarlo por que tenía que alimentar varios hijos. Se los llevó al desierto,
ahí donde no hay nada, donde sólo crecen piedras o arena. Eso era el distrito
de Carabayllo (al noreste de Lima) en aquella época. Con una cuantas esteras (tejido
grueso de junto) se armó una casita y a los tumbos sobrevivió y educó a sus
hijos. Ella (Micaela) eran uno de los frutos del esfuerzo de esa mujer que se atrevió a retar a duelo al destino y además salir con heridas, pero victoriosa.
Everardo, Marcela y Yo |
Siempre he creído que el tres (3) es un número mágico
y que cuando estos se alinean se producen los sucesos más imprevisibles. Y lo
que aquella noche sucedió fue precisamente eso. Una noche mágica, una noche especial. Una noche en
la cual Micaela Távara Rojas sin querer y sin saberlo le rindió también un
homenaje a mi madre, MARCELA ALEJANDRA, quién como su abuela Sofía y Leonor Efigenia Chavez Rojas (Flor Pucarina) había nacido en el Departamento de Junín. Unos kilómetros aquí,
unos kilómetros allá. Mi madre nació en un pueblito de la provincia de Jauja,
era al igual que su abuela Sofía y la Flor Pucarina “mujeres del Centro del
Perú”, eran serranas, eran cholas, pero sobre todo, eran Cholas Bravas.
Estas tres mujeres, se vinieron jovencitas a Lima para
buscarse un futuro. El único trabajo que ellas podían obtener era el de
“Sirvientas” (empleadas domésticas), de cuyos trabajos sólo podían salir los
domingos para reunirse con amigos o conocidos en el “Parque Universitario”. Yo
no sé, si mi madre fue la más afortunada de las tres, pero conociendo al
Sátrapa de mi padre a veces lo dudo. Mi padre era el “Niño bien” o el “niño
rico” que enamoró a la provinciana y la arrastró a los lugares más
insospechados. Aunque a veces creo que mi madre no puso demasiada resistencia y
se dejó arrastrar. Quizás por amor, quizás por necesidad. Ojo, cuando llamo "Sátrapa" a mi padre no significa que haya sido un mal tipo. Tiene sus cosas,
como cualquiera, pero ha sido responsable como marido y como padre, lo de
sátrapa es por que pudo haber hecho más cosas de las que hizo, pero que no las hizo
y que hubieran mejorado su propia situación, pero ese es un tema que quizás
alguna vez lo cuente o quizás no.
Por el contrario los que sí devolvieron a la realidad
a mi madre y que además la defenestraron hasta casi llegar al extremo de la
humillación fueron otras mujeres. Por una sola razón: No era "del lugar, no era del pueblo". Marcela, mi madre, estaba a 800 kilómetros de la casa donde había crecido. Las lugareñas la denominaron de las formas más inverosímiles. Algunas veces la
llamaban “mostrenca”, “serrana”, otras veces, “chola”, “malvenida”. Reza un viejo
refrán: “Pueblo chico, infierno grande”. Ese pueblito al que mi padre arrastró a Marcela, fue por algún tiempo el portal del infierno o al menos su
sucursal. Un pueblito al que la familia, envío a mi padre como a una especie de
castigo, mientras administraba las propiedades.
Recuerdo que en cierta ocasión, una de las cholas del pueblo,
acostumbradas a “cholear” a las que no eran del lugar…
— ¡Tus hijos no van a llegar a ser nada! ¡Ni siquiera van a terminar el primario!— le gritó a mi madre en medio de una discusión.
— ¡Tus hijos no van a llegar a ser nada! ¡Ni siquiera van a terminar el primario!— le gritó a mi madre en medio de una discusión.
— ¡Ten cuidado con lo que escupes al cielo, por que te
puede volver a la cara! ¡No te olvides que yo tengo hijos hombres, tienen
huevos que les cuelgan y tú tienes hijas!—, le respondió mi madre.
Demás esta decir que todos los hijos de mi madre
terminamos el primario, el secundario y algunos avanzaron un poco más, no
llegaron al cielo, pero al menos han conseguido las escaleras para
lograrlo. Pero eso, no es lo que siempre me extrañó o me llamó la atención. Lo
anecdótico, hoy que lo miro a la distancia en el tiempo, es que mi madre era
una “Chola de piel blanca” como habitualmente son las personas del centro del
Perú y era “Choleada” por otras cholas de piel oscura. Es más, mi madre es una
“Chola de ojos color miel”. Si se hubieran enterado que su hermana tenía ojos
verdes, les habría dado un paro cardio-respiratorio.
En definitiva, Marcela mi madre es y ha sido una
“Chola Brava, que nunca tuvo vergüenza de decir que era Jaujina y que en
aquellas tardes de mi infancia, sobre todo los sábados, sacaba sus discos y se
ponía a escuchar sus canciones mientras nos enseñaba a bailar, en el patio trasero de la casa que teníamos en aquél pueblito al cual llegamos
cuando yo tenía cinco años, (cerca de Lima) donde mi familia paterna tenía algunas
propiedades.
Muy distinto a lo que sucedía en la década de los ’90 en
Buenos Aires con aquellos peruanos que habían migrado expulsados por el terrorismo
de Sendero Luminoso y la situación económica del Perú. TODOS decían que eran
Limeños, sin embargo cuando uno charlaba con ellos se daba cuenta inmediatamente
que eran de algún pueblito del interior del Perú o de alguna otra ciudad
costera. Unos se denominaban “Limeños” por vergüenza, otros, por miedo, pues los
terroristas de Sendero Luminoso también se habían venido a Buenos Aires a
esconderse y lo hacían en las “Villas de emergencia” (tipo “Pueblo Joven” del
Perú). Aún están por ahí, pero ahora se han transformado o se han disfrazado, cambiándose
de nombre (Movadef) o dedicándose al
narcotráfico.
Casi al final del unipersonal “La Rebelión de las
Polleras” y mientras Micaela Távara Arroyo encendía las velas de homenaje, el
público asistente se mantenía silencioso, a excepción de aquella “personita” que
se pasó tosiendo de comienzo a fin de la obra. Todos estaban expectantes a sus
movimientos, que eran sutiles, gráciles y delicados. Se notaba que tenía un excelente manejo del cuerpo. Era convincente. No había forma de no estar
concentrado en sus movimientos y en sus palabras. Palabras que eran reales. Palabras
que quizás le traspasaban el alma y que a veces, daba la sensación que hacía esfuerzos para no
perderse en su personaje. Como suele decir mi querido amigo el Dr. Augusto
Flores Cárdenas (médico psiquiatra), “No hay nada más convincente que contar tu
propia historia”
Muchas de las mujeres que asistieron aquella tarde,
eran mujeres que llegaron a Buenos Aires en busca de un destino mejor para
ellas y para sus familias. Quizás no pasaron las mismas historias de mi madre, ni de Sofía, la abuela de Micaela o la de la Flor Pucarina, aunque si lo pienso un
poco más, quizás tengan historias peores.
En medio de esas mujeres, luchadoras, fuertes, aguerridas, estaban también esas “otras mujeres” (parecidas a las mujeres que encontró mi madre en aquel pueblito) que son lo peor de las mujeres peruanas en Buenos Aires: Son prepotentes, mediocres y que no han tenido ningún prurito en explotar o maltratar a otras mujeres, que además, eran sus compatriotas. Ellas, saben que yo las conozco y sé que me conocen, aún cuando ellas digan que no me conocen. Estas “otras mujeres” saben también que no tienen mi respeto y saben además que yo creo que son mediocres y que sólo están en ese lugar o esa situación de poder por una cuestión circunstancial y no por méritos propios
En medio de esas mujeres, luchadoras, fuertes, aguerridas, estaban también esas “otras mujeres” (parecidas a las mujeres que encontró mi madre en aquel pueblito) que son lo peor de las mujeres peruanas en Buenos Aires: Son prepotentes, mediocres y que no han tenido ningún prurito en explotar o maltratar a otras mujeres, que además, eran sus compatriotas. Ellas, saben que yo las conozco y sé que me conocen, aún cuando ellas digan que no me conocen. Estas “otras mujeres” saben también que no tienen mi respeto y saben además que yo creo que son mediocres y que sólo están en ese lugar o esa situación de poder por una cuestión circunstancial y no por méritos propios
Mientras prendía la última vela:
— ¡Esta es por ustedes!—, dijo Micaela.
Se marchaban corriendo los últimos segundos de la obra,
y recordando que no había podido conseguir limón peruano
— ¡No se vayan sin dejarme algo, aunque sea un kilo de
papa o de Limón, todo sirve —, bromeó.
Camino por las escaleras rumbo a la Av. Corrientes iba
pensando que en el mundo, son las mujeres las que nos educan, pero no cualquier
mujer “PROCREA” (formación, educación o ejemplo) buenos hombres o buenas
mujeres, sino “únicamente” aquellas mujeres como Marcela mi madre, como Sofía, la abuela de Micaela o como Leonor Efigenia Chávez Rojas (La Flor
Pucarina), quienes con su temple y su naturaleza indomable pueden parir (en el
amplio sentido de la palabra) hombres y mujeres que traspasen las decisiones
del destino y escriban uno exactamente a sus medidas.
Micaela Távara Arroyo en su unipersonal “LA REBELIÓN
DE LAS POLLERAS” me planteó miles de preguntas, que para responderlas debería
escribir un Ensayo por que tengo respuestas para todas, menos para una: ¿Por
qué no hacemos nada?, refiriéndose al hecho de porqué no intervenimos cuando observamos que nuestro
prójimo está siendo violentado y sólo nos quedamos sentados observando o
permitimos a otros hombres o mujeres mediocres, como esas "otras mujeres" que aquella noche estaban sentadas
observando el unipersonal, se salgan con la suya.
Escrito por: Miguel Ángel Villegas G.
_____________________________________________________________
Escrito por: Miguel Ángel Villegas G.
_____________________________________________________________
No estamos tan mal. Pero, podríamos estar mejor, sí quisiéramos.
(Proverbio propio)
DATOS:
También puede interesarte: